Y OTROS CUENTOS.
25 de octubre de 2024
El dolor y las preposiciones
A veces, ante la inminencia de los
primeros síntomas del dolor, bajo los efectos ya menguantes de las
pastillas, sin esperanza de poder evitar su zarpazo y consciente de
que la noche va a ser dura e interminable, con un esfuerzo contra
natura de mi cuerpo herido consigo levantarme de la cama, y desde mi
cuarto voy hacia el escritorio sentado en mi silla de ruedas, sobre
la que circulo por el pasillo de mi casa mediante el uso del mando, entre botones que mis
dedos ya manejan con una cierta destreza, hasta que logro situarme
frente al ordenador, lo enciendo, y tras unos segundos de espera, que
aprovecho para mirar las estanterías de la biblioteca, llenas de libros en los
que, cabe decir, siempre he depositado todas mis complacencias, abusando
de la cita bíblica so pena de ser considerado irreverente por los
guardianes de la fe, vía fanatismo versus conocimiento, y según
tengo ya por costumbre como el mejor antídoto frente al asalto del dolor, me
pongo a escribir durante el tiempo necesario para que consiga
distraerlo hasta que pueda tomar una nueva dosis del anestésico, lo que
no impide que sienta su despiadada presencia, pero al menos hace que todo pase
más rápido, esperando que llegue mi querida enfermera, a primera hora de la
mañana, con el libro que le encargué ayer, como una promesa en el
bolsillo de la bata que le regalé y le sienta tan bien, quizá un poco ajustada,
lo que ha resuelto con su proverbial diligencia quitándose algunas
prendas, para embutirse en ella como si fuera una segunda piel.
19 de mayo de 2024
Aparición
Seamos sinceros, mi niño es un pequeño demonio. En el cole se pelea con todo el mundo, especialmente con los del sexo masculino que se atreven -son pocos, afortunadamente- a salir del armario y se declaran heterosexuales. Al menos con los profesores no hace ningún tipo de discriminación, insulta y amenaza a todos, independientemente de su raza, sexo, religión, etc.
Los sicólogos insisten en que hay que intentar moderar estos
impulsos “no normativos”, pero hay que ponerse en su lugar; la separación de
sus padres, los cambios de colegio -coño, porque lo expulsan de todos-, el
hecho de haber mantenido la lactancia materna demasiado tiempo… pero sin
reprimirle, porque tal cosa le podría convertir en un sicópata antisocial. Como si no lo fuera, pienso yo, pero me tengo
que callar.
Por suerte, durante el proceso de divorcio el niño quedó bajo
la custodia de la madre -ayudó que yo fuera presidente de la Asociación Malos
Padres-, me echaron de casa, y me tuve que buscar un zulo -un cielo, ahora que
lo pienso- que mis raquíticos medios -después de pagar la confiscación
judicial- me podían permitir.
En treinta metros mal contados tengo mi celda, con una cama
-un jergón cartujano-, la cocina -un hornillo Camping gas-, el baño -un plato
de ducha que cabe en un baldosín, un wáter diminuto, un lavabo en el que me doy
de cabeza con el techo inclinado-. Pero,
en definitiva, un paraíso, comparado con nuestro hogar, dulce hogar,
anterior.
Me las prometía muy felices, desde la desaparición de mi
hijo; hasta hoy. A primera hora de la
mañana se me ha presentado un agente judicial acompañado del pequeño
diablo. Que su mamá ha renunciado a la
custodia alegando problemas sicológicos -neurosis maniaco depresiva, anorexia
post separación, síndrome de Estocolmo, y más cosas, todo con los consiguientes
certificados siquiátricos-, de modo que, por imperativo legal, el niño queda
bajo mi tutela y responsabilidad, sin posibilidad de recurso.
Ahora tengo que compartir con él mi zulo, del cielo al
infierno. Tirarme por la ventana no es una opción, porque no tengo ventanas y
además es un primero, como mucho me quedaría tullido, completamente a su
merced. En fin, tierra, trágame.
11
de abril de 2024
Fantasmas
Iba
todos los primeros de mes al cementerio, para limpiar las tumbas de familiares
y amigos. Se esmeraba, le gustaba el
trabajo bien hecho. Luego se quedaba paseando entre los muertos, recordando
historias pasadas que leía en lápidas y epitafios, viendo fotos en blanco y
negro de difuntos antiguos. Vivía sola,
los muertos eran su única familia. En realidad, le parecían los únicos vivos en
aquella ciudad insomne.
Un
día murió, en su cama, sin que los vecinos la echaran de menos como tampoco
antes la veían. Pero los muertos extrañaban su ausencia, porque ahora nadie
renovaba las flores, ni componía nichos y tumbas, que así iban cubriéndose de
polvo y telarañas.
Era
tal su nostalgia que una noche se levantaron y se acercaron en procesión a su
casa, llevándola de vuelta al cementerio. Se cruzaron con algunos fantasmas,
pero no los reconocieron porque estaban vivos.
La depositaron en el osario, y volvieron confiados a sus tumbas.
Cada
noche del primer día del mes ella se levanta para adecentar y llevar flores al
lugar de reposo de familiares y amigos, pasea entre lápidas y nichos, y
recuerda viejas historias de vecinos en epitafios borrados por el tiempo. A su paso, los muertos parecen revivir. Después vuelve al osario, donde nunca está
sola y descansa en paz, con la sensación del trabajo bien hecho.
17 de marzo de 2024
Dinero fácil
Ayer
por la tarde iba yo paseando con mi galguita Nare por la calle Los novios -así
se llamaba antes, ahora no lo sé, tendría que mirarlo-, cuando se me acercó una
señora -no diría elegante, pero muy estilosa sí- y me preguntó si no me
importaba hablar un momento con ella.
Bueno, la verdad es que sí me importaba, dado mi carácter solitario,
misántropo y algo esquizoide -si digo yo esto, ¿qué dirán mis enemigos? -, pero
le contesté que no, que no me importaba, ese es otro problema que tengo, los
reflejos condicionados de la antigua buena educación.
Me
paré, aunque mi mecanismo de defensa automático activó enseguida la mirada, en
busca de una línea de fuga.
La
mujer, guapa, mediana edad, vestida de una manera informal, en contraste con su
perfume, que me pareció un tanto agresivo, me miró, hizo un ademán de saludar a
mi perrita -que tiró para atrás, es más miedosa que yo-, y habló.
-Disculpe
por interrumpirle, no le voy a entretener mucho tiempo. Depende de si le interesa a usted, o no, lo
que le voy a proponer (¿proposiciones?, pensé yo, uy, uy). Mire, estamos
buscando modelos de la tercera edad, somos una agencia publicitaria, la mejor,
a riesgo de parecer presuntuosa.
Trabajamos para las grandes marcas, todo tipo de anuncios en los medios
más potentes. Mi propuesta es que
trabaje con nosotros como modelo, tiene usted algo especial, le pagaremos bien,
simplemente tendrá que viajar de vez en cuando y posar para nuestros
fotógrafos. Son los mejores, y saben
tratar a la gente, estoy segura de que la experiencia le resultará muy
agradable. ¿Qué me dice?
Lo
primero que me vino a la mente -ahora lo estoy reelaborando, con tiempo para
pensar, pero en ese momento fue un flash- fue “Night on Earth”, aquella
maravillosa película de Jim Jarmusch -me he acordado del nombre a la primera-
que contiene varias historias, una de las cuales protagoniza una muy joven y
hermosa -qué ojazos- Wynona Ryder, que maneja un taxi nocturno en una gran
ciudad americana, no recuerdo cuál.
Bueno, se sube al taxi Gena Rowlands -me ha costado recordar el nombre,
igual que el de su marido, John Cassavetes, pero lo he conseguido sin tirar d
Google- que por alguna razón se fija en la chica que lleva el taxi, y tiene el
impulso de preguntarle si le gustaría actuar en alguna película. Gena, bueno su personaje, es productora, o
tiene relaciones con grandes compañías cinematográficas, y ha visto en Wynona
-su belleza, su desparpajo, la fotogenia de sus ojos en el espejo retrovisor,
lo que sea- grandes posibilidades. Y eso, le propone, como a mí esta mujer que
me ha asaltado -quizá no sea esa la palabra- en medio de la calle, que pruebe
en el mundo de la interpretación, cine, Hollywood y todo eso.
Wynona
se queda un poco sorprendida o perpleja -igual que yo- y al principio no sabe
qué contestar. Gena Rowlands -qué pedazo de actriz- insiste, sin presionarla
demasiado, pero insiste, hablando de las posibilidades que se le abren en la
vida, una oportunidad que seguramente no se le va a volver a presentar. Bueno, los que hemos visto la película ya
sabemos lo que pasó, Wynona le dice que le gusta su trabajo, y que prefiere
seguir llevando su taxi.
Yo
le dije a la señora más o menos lo mismo.
El
dinero siempre es importante, sobre todo cuando no lo tienes. Mi pensión me da para llegar a fin de mes,
sin demasiadas alegrías, pero, bueno, me da.
Aparte, lo que ya he dicho, soy una persona solitaria, un misántropo,
quizá cosas peores, quién sabe. Los
cambios me asustan, en fin, aunque creo que lo que me decidió desde el primer
momento fue mi perrita. No tengo con
quién dejarla, es muy nerviosa y asustadiza, incluso cuando salgo de casa a dar
una vuelta y no la llevo conmigo la oigo lloriquear tras la puerta.
Le
dije que no a la señora. Ella se
despidió dándome las gracias por haberla escuchado, se ve que también es una
persona educada. Lo que me decepcionó un
poco es que insistió menos que Gena Rowlands, no sé cómo decirlo, me sentí
rechazado, otra de mis neurosis, no me falta de nada. Y cuando seguí mi camino con Nare pensé
durante unos momentos que me había equivocado, podía volver atrás, llamar a la
mujer antes de que desapareciera, decirle que, bueno, podíamos probar. Pero en seguida volví a mi ser. Pensé: yo no soy Wynona Ryder. La
inseguridad, la poca autoestima, en fin, otra ocasión frustrada de demostrarle
al mundo lo que valgo. La historia de mi
vida.
14 de febrero de 2024
Carnaval
del toro
Amaba
a su marido, claro que después de diez años de matrimonio -se habían casado muy
jóvenes- a veces echaba en falta un poco de emoción. Soñaba con tener una aventura.
Él
era interventor de una sucursal de la Caja de Ahorros de Salamanca, lo habían
trasladado a Ciudad Rodrigo hacía unos meses.
El hombre era serio, trabajador, eficiente y seguro en el trabajo, y,
aunque no era precisamente muy dicharachero, o precisamente por eso, los
clientes confiaban ciegamente en él.
Alternaba
dos trajes -uno gris, otro azul marino- y tenía la costumbre de no ponerse otra
ropa más informal porque decía que su obligación era dar siempre buena imagen “estuviera
en la oficina o tomando unos huevos con farinato en el bar El Sanatorio”, de la
Plaza Mayor. En definitiva, era muy
valorado por sus jefes que lo consideraban un profesional íntegro y de lealtad
contrastada (había recibido ofertas jugosas de otros bancos, sin tenerlas en
cuenta).
Ella,
un poco por aburrimiento, había empezado a chatear por Internet, en alguna página
de citas, sólo para distraerse un poco, y también por una curiosidad que ella
misma consideraba, no sin algún sentimiento de culpa, más bien frívola.
En
fin, eran sus primeros Carnavales en la ciudad. Todo le estaba resultando muy emocionante, no
así la compañía de su aburrido cónyuge de traje oscuro, siempre saludando
ceremoniosamente a unos y otros.
En
uno de los encierros, en el recorrido entre la Plaza del Conde y la Calle
Madrid, un joven había sido corneado salvajemente por un toro, y había
fallecido en la ambulancia, antes de llegar al hospital. Una vida truncada en la flor de la vida, se
repetía ella, pero el chico -pensaba- había vivido intensamente, había conocido
el riesgo, había jugado a la ruleta con la muerte, y había perdido. ¿Pero qué sentido tiene vivir si no te
arriesgas alguna vez?
Y
el día llegó también para ella. Era un
13 de febrero -víspera de San Valentín, corbata para él, perfume para ella-,
había quedado con aquel desconocido por internet, después de chatear unas
cuantas bobadas que sin embargo le habían alegrado el corazón. Parada frente a la puerta de la habitación se
quitó el anillo, sonrió pensando que de esa forma se estaba poniendo el disfraz
de soltera en aquellos carnavales de vino y toros. Dudó, pero superando la indecisión giró la
llave de aquel cuarto del hotel Conde Rodrigo, y entró.
La
habitación era clásica y elegante, pero también alegre. Las paredes estaban pintadas del color del
albero de una plaza de toros. Había
fotos antiguas, en blanco y negro, de los imponentes monumentos de la
ciudad. La cama era de matrimonio, el
edredón y las almohadas blancos, impolutos, virginales.
Se
sentó a esperar, con el corazón en un puño.
Dejó el bolso en la mesilla de noche, de madera noble, oscura y bruñida
por una pátina reluciente y encerada, que parecía conservar el tiempo.
Se
dio cuenta de que no estaba sola al ver una camisa hawaiana -informal pero
elegante, pensó- y unos vaqueros, sobre la silla de madera labrada que estaba
al otro lado de la cama. Un sombrero de
ala ancha y un antifaz de carnaval colgaban de la silla. Pensó en los trajes grises de su marido y
sintió pena. Tuvo el impulso de
levantarse y salir de la habitación, el corazón le palpitaba en el pecho con
una fuerza desconocida.
En
ese momento, desde el baño, le llegó una melodía inconfundible. La que silbaba siempre su esposo cuando
estaba en la ducha.
18 de enero de 2024
Daño colateral
Mi hermanita me había destronado como rey de la casa. Tenía, en aquel momento, siete años, había
nacido uno después de mí. Yo la quería
muchísimo, pero eso no me impidió hacer lo que hice. O vete a saber.
Entonces vivíamos en Mérida -la antigua Emérita Augusta, como
se enorgullecen un poco estúpidamente sus vecinos-, mi padre era médico
oftalmólogo, y, éste es el quid de la cuestión, mi hermana era la nueva reina
de la casa, la niña bonita, la consentida, la mimada por todos. Si lo sabré yo que la adoraba.
El abuelo estaba enfermo, postrado en una cama y rodeado de
cables por todas partes, máquina de oxígeno incluida -y en aquel tiempo hacían
un ruido del demonio, esa fue otra razón, me ponía de los nervios-, agonizante,
en definitiva, si bien conservaba una mente clara y lúcida como había tenido
siempre.
Pequeño diablo, me llamaba, cuando hacía alguna de mis
travesuras. Eso yo me lo tomaba bien, me
hacía gracia, creo que me hacía sentirme importante. Quiero decir que no fue esa la razón.
Yo estaba al lado de la puerta, entreabierta, de su cuarto, y
oí la voz de mi madre, aunque no sé bien lo que decía, algo de los niños,
parecía reñir al abuelo. Su voz sí la
oí: “Hija, qué quieres que te diga, yo quiero más a la niña”.
Ahora sé lo que es la rabia, pero entonces no podía entender
el cúmulo de sentimientos que me sacudió violentamente. Quedé como aturdido, para que nos
entendamos. Y en aquel mismo momento
tomé la decisión, si se puede llamar así a algo informe, algo que no se
expresaba en palabras, algo turbio y perverso que se apoderó de mi cabecita
infantil. Este niño es un diablo, pensé,
y me sentí como poseído de una fuerza que me arrastraba.
Esa tarde -o al día siguiente, ya no recuerdo bien-, llevé a
mi querida hermanita al cuarto del abuelo, y estuvimos un momento jugando con
él, dándole besos, esas cosas. Cuando
miraba a “la niña” se le iluminaba la cara.
Dejé a mi hermana a los pies de la cama con uno de sus puzles
-se podía tirar horas concentrada con esos rompecabezas-, y me di cuenta de que
mi abuelo se había quedado dormido otra vez.
Pasaba así, a veces, -últimamente cada vez más- incluso horas. Semi comatoso, me resuena esa palabra en el
fondo de la memoria, quizá se la oí decir a mi padre alguna vez.
Desenchufé aquel cable, a mi hermana la habían reñido alguna
vez por enredar con ellos, los dos, mi padre y mi madre, nunca la habían reñido
así. No lo hice para cargarme al abuelo
-bueno, puede que también-, era sólo para que le echaran a la niña bonita una
buena bronca. Cuando lloraba a lágrima
viva haciendo pucheritos estaba preciosa.
Desenchufé el cable, dejé a mi hermanita concentrada en su
rompecabezas al lado de la cama, y salí.
No avisé a mi madre, que estaba igualmente concentrada en sus tareas
domésticas -le gustaban, no era como las mujeres de mi generación, que no
pueden coger una escoba sin protestar y sentirse víctimas, vaya petardas-, y
salí sin hacer ruido, a la casa del vecino, a jugar con su hija como hacía a
menudo; mis padres sabían donde buscarme cuando llegaba la hora de comer y no
andaba por casa, entonces no se preocupaban como ahora. Hola Nacho -yo prefiero que me llamen Ignacio,
me ha llevado años, aquí en Salamanca es así-, me dijo, ¿jugamos?
Echaron la culpa a mi hermana, aunque nunca se lo dijeron
abiertamente, lo cual ha sido mucho peor porque ella siempre se ha sentido como
si hubiera cometido algún tipo de maldad fatal e insidiosa. Esa pesadilla de los tribunales del Antiguo
Régimen, te señalaban, te encarcelaban, te condenaban, pero nunca sabías de qué
te acusaban. Es de las pocas cosas que recuerdo de mi carrera de Derecho (y que
estaba en contra de la pena de muerte, ahora ya no). En fin, horrible, kafkiano.
Mi hermanita lleva nosecuantos años yendo a siquiatras,
tomando pastillas, sufriendo pesadillas.
Me encanta cuando viene a llorar en mi hombro -soy su hermano
del alma-, cuando pone esa cara compungida mientras le caen unos lagrimones
redondos y como hinchados, me encanta ver los pucheritos que hace mientras
llora desconsoladamente apretándose a mí. Está tan bonita, parece un ángel.
Pero yo no quería matar al abuelo, de verdad, eso fue solo el
daño colateral. Además, murió en paz
como dijo todo el mundo, “no me importaría nada morir así”, siguen diciendo los
familiares y allegados más vejestorios. Si
es que provocan.
Incendios
Después
de varios años de un noviazgo rutinario se casaron. Se les echaba la edad encima y casarse era lo
que todos esperaban de ellos.
Salían
a pasear del brazo, saludaban a sus amistades, y los padres y familiares
estaban encantados con aquella pareja tan consuetudinaria y previsible. Se llevaban bien, el secreto es que vivían
dándose la espalda; eran dos, separados por uno más uno.
Todo
hubiera seguido así indefinidamente, si no hubiera sido porque ella descubrió
que su marido la engañaba, incluso con alguna de sus mejores
amigas. Aquello encendió la llama de los
celos, y los celos encendieron un fuego hasta entonces desconocido para ella:
su pasión por aquel hombre con el que llevaba viviendo años de indiferencia
mutua.
Pero,
amante despechada, fríamente fue preparando su venganza. Aquella noche el hombre volvió medio borracho
de su última aventura, le pidió la cena, y ella se la preparó como de
costumbre. Pero regada con un cóctel de alcohol -no iba a notarlo-, y rematada
con dos o tres pastillas, que el médico le había recetado para dormir.
El
hombre encendió un último cigarrillo antes de acostarse, y lo dejó humeando, en
el cenicero de la mesilla de noche. Cayó
en un sueño profundo de sexo consumado, alcohol y somníferos.
Ella
sólo tuvo que poner el cigarrillo encendido entre el colchón y las
sábanas. Sopló para que prendiera la llama,
y salió.
Entró
en un bar. Lamentó haber ido allí,
porque se encontró con una de sus mejores amigas, gran traidora. Hablaron un poco de esto y aquello, cambiaron
algunas recetas con sus trucos para que salieran perfectas, y fue entonces
cuando la llama de su nueva, inesperada y desbordante pasión pudo más que su
deseo de venganza. -Me voy corriendo
-dijo a la amiga, fue lo primero que se le ocurrió- creo que me he dejado algo
en el fuego.
Cuando
entró en el dormitorio el colchón ardía, su marido seguía inconsciente -el humo
estaba haciendo también su trabajo-, y las llamas estaban a punto de
alcanzarle. Cogió una toalla mojada en
agua y se dispuso a apagar aquel pandemonio, pero antes quiso apartar a su
marido del peligro y lo llevó, arrastrándolo, al vestíbulo. Volvió al dormitorio y se lanzó a apagar el
fuego, pero la toalla se le había soltado al sacar a su esposo, y las llamas le
quemaron las manos. Aun así, consiguió
sofocar el incendio.
Cuando
el hombre despertó, su anónima esposa se había convertido en una heroína, su
salvadora. Como si la viera por primera
vez, su agradecimiento y admiración prendieron el fuego de una pasión que no se
extinguiría hasta el fin de sus días.
A partir de ese momento le entregó su corazón para siempre, junto con sus manos más amorosas.
7 de enero de 2023
Dry
carajillo
Llegué
al bar de la esquina y estaba cerrado por la policía, ésta es la película.
James
Bond se acoda en la barra, impoluto, y pide un Dry Martini, “mezclado, no
agitado”. En eso que entra Lina Morgan,
que está haciendo la calle -y pasando un frío del demonio-, se arrima a la
barra y pide un carajillo. -Ya sabes,
Manolo -dice al camarero-, me pones un café sólo, lo tiras al fregadero y
llenas la taza hasta arriba de aguardiente.
007
mira a Lina Morgan y se queda arrobado ante esa mujer bandera -española-, llama
a Manolo -por su nombre, pero pronunciado Manoulou- y le pide otro de lo mismo,
con el dedo índice apuntado a la taza de nuestra protagonista. Se acerca a ella, y le dice, zalamero: -Hola,
encanto, dónde has estado hasta ahora, llevo toda la vida buscándote, “tell me
your name¨. -Morgan, Lina Morgan, dice ella, mientras echa mano al bolso y
busca el espray de gas paralizante, por si se tratara del sicópata que le manda
anónimos diciéndole que su vida estará en grave peligro, si se encuentra con
él. Bond interpreta que es una espía
rusa con licencia para matarle y echa mano a su pistola, pero Lina es más
rápida y le da un bolsazo -cargado con su herradura de la suerte- que lo deja
KO, de bruces sobre la barra del bar.
En
ese momento entra una rubia de hielo -sí, es la espía rusa, ¿quién iba a ser?-,
y se dirige a Lina -a quien ha confundido con una enemiga de Putin- con la
artera intención de pegar la hebra y luego, cuando esté desprevenida, matarla,
poniendo en su taza unas gotas de polonio. Pero Lina no baja la guardia y
cambia las tazas, de manera que la espía rusa se envenena a sí misma y cae,
igualmente de bruces, sobre la barra.
Lina se va no sin antes decirle a Manolo: -tú no me has visto el pelo
hoy, Manolo.
Se
investigan las muertes -la de James Bond a causa de una hemorragia cerebral por
el bolsazo, qué manera más tonta de morir-, y el CNI toma cartas en el asunto,
después de precintar la escena del crimen.
Una
cámara de vigilancia, instalada en la puerta del chino que hay junto al bar,
revela la presencia de Lina, y pone tras su pista al CNI, que la chantajea a
fin de que espíe para ellos. Con el
tiempo se convierte en leyenda, y se escriben novelas superventas sobre su
vida. Se hacen películas y todo
eso. El carajillo de Lina se pone de
moda en las coctelerías de todo el mundo.
La receta ya la hemos dicho, un café sólo, en taza, se tira el café
-algo así hacía Buñuel con los ingredientes del Dry Martini-, y se llena la
taza de aguardiente casero. Un shot,
como dicen los barmans -camareros con pajarita-, un buen tiro, como decimos
aquí. Mortal, nunca falla, sobre todo
con unas gotitas de polonio.
16 de noviembre 2023
Driver
Pueden
llamarme Paterson, ya saben, es el título de uno de mis libros. Años después el cineasta Jim Jarmusch se
inspiró en él para hacer una película del mismo nombre, una película hermosa y
poética, salvo por un pequeño detalle que luego contaré.
Por
aquella época yo era conductor de autobús -línea Greyhound entre Santa Bárbara
y Los Ángeles-, y poeta en mis ratos libres.
¿Recuerdan
El Graduado?, sí, claro que la recuerdan -en el caso de que sean tan viejos
para haberla visto-, es uno de esos filmes inolvidables. Dustin Hoffman, Katharine Ross. Katharine Juliet Ross, su nombre completo;
fue una de las cosas que me contó aquella noche, pero no nos adelantemos.
Un
viaje -maravilloso- de ida y vuelta, un viaje real, como la vida misma. El Graduado, les decía. Bien, ya hemos puesto en marcha la
historia. Arrancamos.
A
Mike Nicols, el director, le encantaba improvisar, no era nada cuadriculado, a
pesar de su origen alemán. Estaban
rodando -como esta historia, pero cinematográficamente- la secuencia en la que
Dustin y Katharine huyen de la iglesia dejando al novio compuesto y sin novia
en mitad de la ceremonia matrimonial.
Perseguidos por la chusma de familiares -maravillosa y terrible Ann
Bancroft- e invitados -que, probablemente, ya habían entregado sus regalos y no
querían perderse el banquete-, corren como si les fueran la vida -y el amor- en
ello, y se dirigen a una parada de autobús destino Los Ángeles. Doblemente destino, porque quiso la suerte
que mi autobús de Greyhound llegara a aquella parada justo en aquel momento. Mike -luego hemos sido grandes amigos- no
tenía pensado terminar allí el rodaje; de hecho, quería hacerlo en los estudios
de la productora, incluso habían contratado ya a los extras. Pero al vernos llegar su cabeza se aceleró. Subió al autobús y me preguntó si podían
rodar una secuencia allí mismo, sólo serían unos minutos, no nos atrasarían
mucho el viaje, y tanto los viajeros como yo mismo, seríamos generosamente
recompensados. Yo lo fui en todos los
sentidos, pero vamos por etapas, no nos saltemos ninguna parada.
Bien,
casi por aclamación decidimos vivir aquella aventura. Dustin y Katherine subieron al autobús,
aparte de un par de cámaras y del director, de manera que, en pocos minutos, la
película -con un escenario y extras reales- estaba terminada.
Y
aquí paro un minuto, porque luego la historia va a avanzar y habrá que saltarse
algunos límites, no sólo de velocidad.
En
principio todos los participantes en el film volverían a sus hoteles, tendrían
una pequeña fiesta de despedida, y al día siguiente -actores, equipo, extras-
cada uno seguiría su ruta.
Pero
Kathy cambió por completo el itinerario -el suyo y el mío, desde luego-, y
decidió volver a Los Ángeles en mi autobús, tal cual estaba, con aquel
maravilloso vestido de novia que hacía brillar su belleza en todo su esplendor.
Se
sentó junto a mí, y se quitó los zapatos y las medias para ir más cómoda,
usándolas para limpiarse el maquillaje.
Empezamos a hablar, nos contamos un poco nuestras vidas, tan distintas,
pero al mismo tiempo tan atractivas para ambos, mientras íbamos dejando a los
viajeros en las paradas que había camino de la gran ciudad, hasta que llegamos
a la Estación Central y nos quedamos solos.
En
un volantazo inesperado -yo también soy bueno improvisando- la invité a
llevarla al Griffith Park, donde, a aquellas horas de la noche se podía
disfrutar de las vistas más mágicas de Los Ángeles. Bajé a la cantina a por una botella de
bourbon y nos dirigimos a aquel maravilloso y cinematográfico mirador.
Kathy
era entonces una de las actrices más hermosas y deseadas de Hollywood, con
aquella mirada oscura que incendiaba las pantallas. Paul Newman, Robert Redford, Dustin Hoffman…
y yo mismo, no podíamos hacer otra cosa que caer rendidos a sus pies. Pies descalzos, ya está dicho, unos
maravillosos y pequeños pies de dedos suaves, lentos, peninsulares, como en el
poema de Neruda.
Casi
le arranqué el vestido de novia e hicimos el amor como si fuera nuestra noche
de bodas, como si fuera lo último que tuviéramos que hacer en esta vida, antes
del viaje final. En cierto modo, así fue, al menos para nosotros dos. Amor consumado, a veces también es amor
consumido, sobre todo cuando los amantes saben -y los dos lo sabíamos- que no
pueden articular sus vidas, tan distintas, y que, a partir de aquel momento,
sus caminos, inevitablemente, se van a separar.
La
llevé a su mansión antes de dejar mi autobús en la Estación Central, y volví a
mi pequeño apartamento. Intenté escribir
algo, pero sólo conseguí llenar la papelera de versos arrugados.
Este
viaje acaba aquí. Con el dinero que me
dio la productora pedí la excedencia en el trabajo, y escribí mi libro “Viaje
al amor”, con el que saqué el billete para poder dedicarme a tiempo completo a
la poesía. De alguna forma se
invirtieron las tornas, y continué siendo conductor de autobuses, en mis ratos
libres. Ida y vuelta, de nuevo.
Termino. Decía que “Paterson”, la película de
Jarmusch, me pareció extraordinaria y poética, salvo un pequeño detalle. La interpretación del protagonista, Adam
Driver, nunca me ha acabado de gustar.
No soy yo, no acabo de reconocerme, porque, fuera de la poesía -mi
ficción- soy bastante más prosaico en la realidad.
Siempre
creí que Adam, a pesar de ser un buen actor, no daba el tipo. De hecho, siempre he pensado que lo eligieron
por su apellido: Driver.
14 de octubre de 2023
Extraña mente
Cuando desperté, la mujer de mis sueños dormía a mi
lado. Recordé el beso que, en mi ensoñación,
le acababa de dar. Nunca había dado un
beso tan dulce. Con el sentido de
pertenencia que tenemos, en ocasiones, hacia nuestras criaturas oníricas,
acerqué mis labios a su boca y volví a besarla.
Me pareció normal que la sensación -el sentimiento, mejor- fuera
exactamente igual de pleno y placentero.
Ella despertó. Más que abrir, entornó los ojos frunciendo el
ceño, y en su hermosa cara apareció de repente la expresión del horror más
absoluto. Soy el hombre de sus
pesadillas, pensé. Salió del piso medio
desnuda, corriendo escaleras abajo, despavorida.
Ahora sueño a menudo que estoy en una cárcel, acusado de
violación. Cuando despierto en la noche
veo la luz azul que mantiene mi cuarto en una penumbra controlada, para que el
enfermero me pueda ver a través del cristal de la puerta blindada.
13 de octubre de 2023
La mujer de mis sueños
Cuando desperté, ella todavía estaba allí.
3 de octubre 2023
Bella sin alma
Fulanita era una niña de ojos azules como cristales. Compartíamos aula, y yo no podía dejar de mirarla, aunque a veces oyera algunas risas a mi espalda. Ella pasaba de mí, olímpicamente, creo que nunca me vio.
Sólo una vez se me acercó, con disimulado interés. Estábamos en el recreo, yo me había quedado
en la clase, escribiendo en mi cuaderno.
Ella entró para buscar algo en su mochila, también azul, me miró con su indiferencia
habitual y vino hacia mí, tratanto de ver, por el rabillo del ojo, qué estaba
haciendo. Por fortuna cerré el cuaderno antes de que ella pudiera leer nada.
Acabó el curso, y no volvimos a vernos. Pero recuerdo, como si me estuviera muriendo,
su coleta cimbreándose altiva, con una agitación que delataba una soberbia sin reposo. En aquel instante supe que sería escritor.
Conservé la hoja, con mis palabras escritas temblando, como si fuera un balbuceo.
“Fulanita, te odio, te odio y te odio”. Fue el primer párrafo del resto de mi vida.
4 de Octubre 2023
Cumpleaños
Primer
premio Certamen de Declaraciones de Amor, Bibliotecas de Málaga, 2023.
Llevamos
viviendo juntos diez años, pero nunca se nos había pasado por la cabeza
casarnos. Ella es contraria por
principios y a mí me da auténtico pánico.
Creo que si quieres tener alguna posibilidad de convivencia y amor en
una pareja lo peor que puedes hacer es firmar un contrato matrimonial.
La
cosa nos ha ido bien hasta ahora, toquemos madera. Seguimos enamorados, nos repartimos
razonablemente las tareas domésticas sin escaquearnos ninguno más de la cuenta,
hacemos el amor dos o tres veces a la semana, cuando surge, no a fecha fija,
nada de sábado sabadete, aunque también algún sábado sabadete, si se tercia.
En
fin, hay un pequeño detalle que desafina un poco. Mea culpa: nunca consigo acordarme de su
cumpleaños. En esa fecha -la que sea- se
abre un vacío en mi cabeza que no hay forma humana de llenar con agendas,
papeles, recordatorios extravagantes, etc. etc.
Por
lo demás no soy nada despistado, me organizo perfectamente y no se me olvida
nada que tenga que hacer, incluso asuntos sin importancia. De hecho, la
despistada es ella, a menudo tengo que estar recordándole casi todo. No es que me importe demasiado, soy un hombre paciente,
y sé que hay cosas en la naturaleza de las personas que son difíciles de
cambiar. Por ejemplo, esas neuronas mías
cleptómanas, que roban a mi memoria su fecha de cumpleaños -y a saber dónde la
meten-, una y otra vez.
Tal
como yo lo veo, los dos tenemos un problema; ella durante todo el año, y yo
únicamente un día muy concreto, si bien reconozco que es un día especial. Me pregunto si habrá algo freudiano en todo
esto, quiero decir en mis olvidos irreductibles. ¿Estoy intentando castigarla, llamar su
atención por sus despistes cotidianos, banales quizá, pero para mí algo irritantes?
Ponte
en su lugar, dicen. Los sicólogos
arreglan el mundo en un pis pas. Con
esos rollos del inconsciente profundo, que si te quieres tirar a tu madre,
matar a tu padre, bla,bla,bla. Lo que
usted diga, piensas, pero te callas porque ¿qué sabe nadie?, puede que tengamos
neuronas traviesas que borran esos deseos antisociales -no digo antinaturales,
vete a saber- de tu cabeza, y los esconden en lugares recónditos del
cerebro. Ese basurero. Por cierto ¿cómo será el basurero del
infierno?, no, claro, allí todo se incinera.
Me pierdo.
Y
ahí estamos, mi mujer y yo. Ella
subiéndose por las paredes cuando comprueba que otra vez se me ha olvidado el
día de su cumpleaños, y yo, día a día, llevando su agenda como si fuera su
secretario, y armándome de paciencia por tener que repetirle todo un montón de
veces. Ella, ese día -el día-, a modo
preventivo se corta las uñas, no sea que una caricia suya acabe conmigo en la
uvi con un ojo colgando. Yo, desaguando
en el pozo negro de mi conciencia toda la irritación que me producen sus -como
ella dice- “despistes”.
Con
todo, repito, nos amamos. ¿Qué hacer,
ante una situación que por momentos se está volviendo desesperada? (Bueno,
quizá exagero).
Pero
hay que hacer algo, tengo que hacer algo.
Es apremiante, inminente, su próximo cumple puede ser mañana, no sabemos
el día ni la hora como dice la Biblia, qué gran verdad.
No
se lo pregunto a mi mujer, de nada serviría, de aquí a mañana hay una eternidad
por medio y una laguna en mi cerebro que absorbe esa información como un
agujero negro más acá del horizonte de sucesos, signifique lo que signifique
horizonte de sucesos.
Para
el día en que mi cerebro me juega su mala pasada anual, mi mujer ha tenido que
buscar un remedio a fin de no metamorfosearse en una licántropa. Se lo agradezco, porque no me veo en el papel
de Caperucita, conmigo de protagonista no acabaría bien el cuento. Para mí, desde luego.
En
definitiva, a lo que voy es que mi mujer ha encontrado, no una solución, pero
al menos un apaño que le sirve para pasar ese día sin que salgamos en las
páginas de sucesos. Me roba algo mío,
que me guste especialmente, y que ella quiera, aunque esto último no es
imprescindible.
Empezó
con una camiseta de fútbol firmada por Messi.
Yo la usaba para hacer deporte -pocas veces-, para cocinar, para irme a
dormir… en definitiva, era mi prenda preferida y me la ponía casi para todo,
como un talismán, aunque no soy supersticioso (me contradigo continuamente). Nunca la había lavado. Ella siempre me decía que le encantaba su
olor, el mío, pensaba yo, pero quizá también eran aquellas feromonas varias
veces Champions. Y, además, si tanto le
gustaba cómo olía, ¿por qué la lavó a las primeras de cambio?
Vaya
usted a saber. Por cierto, mi mujer es
sicóloga, especializada en ayudar a drogadictos y todo ese tipo de gente con
graves problemas de dependencias varias.
Trabaja para una ONG, tiene un buen sueldo, sobre todo al sumar el plus
de peligrosidad. Pero ella se los mete
en el bolsillo, y con cuatro palabras y la dosis de metadona los saca del hoyo,
hasta que vuelven otra vez a su consulta porque confunden la metadona con otras
sustancias. El mundo está lleno de
despistados.
Hablando
de trabajo, yo soy abogado, penalista.
Aunque mi despacho es muy boyante nunca he dejado el turno de
oficio. Quiero decir que mi clientela va
desde grandes capos que pagan millones por una buena defensa, hasta sospechosos
habituales, pobres diablos con dos domicilios, los calabozos de la policía y la
calle.
¿Para
qué cuento esto? Me estoy dispersando. A
ver, la idea me surgió cuando ella -en uno de esos días- me hizo firmar un
contrato matrimonial -todavía tengo pesadillas- con algunas cláusulas ominosas
y leoninas, según las cuales, en caso de separación o divorcio, sea cual fuera
la causa, ella se quedaría con todo, además del setenta por ciento de mis
ingresos futuros. Ese día toqué
fondo. Si ella era reacia al matrimonio
como ya he dicho, se trataba sólo de hacer daño, aquello de que yo pierdo un
ojo, pero tú pierdes los dos, en fin, una jugada muy sucia. Y yo quedaba totalmente a su merced. Bueno,
eso tampoco es novedad, siempre he bebido los vientos por ella, me tiene
también metido en el bolsillo, hay overbooking.
Entonces
se me ocurrió lo de la guerra sicológica.
Uno
de mis clientes, un granujilla de medio pelo que trapichea con drogas -aunque
la mayor parte las consume- y falsifica documentos -es un artista, me dijo que
la CIA le había ofrecido trabajar con ellos, pero que rechazó la oferta por sus
ideas anarquistas, aunque no me lo creo, tiene delirios de grandeza, cada vez
que le detienen se niega a declarar hasta que venga su abogado-. Bueno, pues
este infeliz es mi cliente en el turno de oficio. Vamos, que no tiene abogado. -Mándame la minuta a mi despacho, me dice; - claro
-le contesto-, como siempre; y la mando a la Administración, que, por cierto,
tarda siglos en pagarme una miseria, la diminuta la llamo yo, ya sé que no
tengo gracia. No sé por qué no lo dejo. Pero esa es otra historia, no sigamos por ahí,
que es un tema que también me subleva, ¿por qué no pagan a su debido tiempo?,
ni que fuera su dinero.
Bueno,
a lo que iba, y a ver si consigo resumir, le he dicho a este ciudadano del
mundo de los bajos fondos que, a cambio de mis honorarios, me haga unos
trabajitos. (Aún así por supuesto que
paso la minuta al Departamento, el único que no tiene principios en esta
historia soy yo). Le he encargado que me
falsifique varios documentos de identidad de mi mujer, con una particularidad,
la fecha de nacimiento cambia siempre, y nunca coincide con la fecha real del
de ella (le pedí que me la apuntara en un papel, para que no se me volviera a
olvidar, y ya no sé dónde lo he puesto).
Se
trataba de confundir a mi esposa, de manera que tal día como ese, cuando me
acusara de olvidarme de nuevo de su cumpleaños -y se dispusiera a quitarme mi
objeto más preciado-, yo le presentaría el DNI con la fecha cambiada. -Cariño,
es que eres muy despistada -le diría-, mira que insisto en que tienes que
llevar una agenda, y no olvidarte de mirarla a todas horas.
Funcionó
un par de años, o uno, quizá, en fin, puede que ninguno, y únicamente disimuló
durante un tiempo. Pero a la tercera o cuarta vez se cambiaron las tornas, para
mi desgracia. -Ese DNI tiene mal la
fecha -me dijo ella-, y lo sabes, lo guardo como una curiosidad, un error
administrativo que no deja de tener su gracia.
Cuando me haga famosa valdrá una pasta.
Y me enseñó un Certificado de nacimiento del Registro Civil, con la
fecha auténtica. Ese día se quedó con
todos mis discos de María Callas, cierto que siguen en casa, pero ya no son
míos. Si nos separamos también me
quedaré sin ellos. El miedo a perderlos
me atenaza, y lo peor es que solo lo hace por fastidiar, no le gusta la
ópera.
Pero
lo peor estaba por llegar. Un mes
después, más o menos, mientras estábamos desayunando en la cocina -lo recuerdo
todo perfectamente, acabábamos de hacer el amor, yo le estaba preparando sus
tostadas preferidas (aunque no entiendo que le gusten así, carbonizadas, a mi
modo de ver), tomábamos café, el que a ella le gusta, café Delta, tueste
natural, lo traigo siempre que voy a Portugal, voy a menudo a Portugal, por
cierto; estábamos desayunando en la cocina, decía, sentados junto a la ventana. Los rayos de sol que entraban ya anunciaban
la primavera, así como el piar de los pájaros y su alboroto entre las ramas de
los árboles. Ella me dijo: -te has
vuelto a olvidar, cariño. No tienes
remedio. Es mi cumpleaños. Yo me quedé anonadado, -No puede ser -dije,
sin tenerlas todas conmigo- y fui a por el DNI falsificado -el documento de
identidad se lo guardo yo, con la excusa, cierta, de que ella se despista y pierde
todo-. Se lo mostré, triunfal, mira, mi
vida, hoy no es tu cumple. Y ella sacó
de no sé dónde su certificado de nacimiento del Registro Civil. Increíble, la fecha coincidía.
Bueno,
luego me enteré -los grandes misterios tienen soluciones simples, ya lo decía
Borges- de que su proveedor de certificados era el mismo pobre diablo que me
hacía a mí los DNI falsos. Lo trataba de
su drogadicción, y le proporcionaba metadona y otras sustancias cuando tenía
síndrome de abstinencia. En fin, lo
tenía en el bolsillo -me repito-, de modo y manera que le había hecho 365
certificados -uno más los años bisiestos-, para que pudiera pasármelos por las
narices a su antojo.
Estaba
perdido, yo había empezado aquella guerra, pero, como dijo la Thatcher -otra
mujer de armas tomar- la iba a terminar ella, mi esposa quiero decir. Que, a esas alturas se había quedado ya con
todo mi patrimonio, material e inmaterial; me había pedido, incluso, mi gusto
por la lectura, mi bien más preciado. Una vez más, mientras estuviéramos juntos
no habría problema, quedaba en casa y yo podría disponer de él cada vez que abriera
un libro. Pero si nos separábamos, ay,
me quedaría completamente desnudo, física y espiritualmente.
Bueno,
“to make short a long story”, como dice Michael Douglas en “La Guerra de los
Rose”, tuve que sacar bandera blanca y aceptar una rendición sin
condiciones. Ahora, cada día, lunes,
martes, miércoles, enero, febrero marzo…la felicito por su cumpleaños, le doy
una rosa del ramo que hay siempre en la mesa de la cocina -ya me hace descuento
la florista-, y la beso dulcemente después de prepararle su café Delta y su
tostada -para mi gusto, casi quemada-.
Podríamos
haber seguido con nuestra guerra particular.
Parafraseando a Von Clausewitz, la guerra es la continuación del
matrimonio con otras armas. Pero hemos
encontrado la solución ideal: paz y amor.
Y
ella, esto sí que no se lo van a creer, ha empezado a tener menos despistes,
ahora recuerda casi todo sin necesidad de agenda ni secretario -yo-, incluso me
recuerda a mí las cosas cuando se me va el santo al cielo, vivir para ver. Eso sí, nunca se me olvida comprar flores
todos los días. Somos una pareja feliz. Más me vale.
14 de septiembre 2023
Notas para un cuento budista
He tomado algunas notas, en mi cuaderno negro -no todos
podemos ser Josep Pla (el mío es un cuaderno de pasta negra que compré en un
chino, ¿cuaderno amarillo?)-, que no sé si me servirán para escribir un pequeño
relato.
Éstas son:
Me reencarno a voluntad, sin necesidad de morir.
Reencarnarse, el alma es el cuerpo. Es la carne y la sangre, y también se
manifiesta en lo accesorio, lo que comemos, lo que vestimos; el lugar donde
vivimos, de qué forma lo decoramos, de qué cosas nos rodeamos en ese nicho que
es de alguna manera anticipo del nicho final, esa tumba de faraones -o
ciudadanos corrientes-, en vida, rodeados de nuestros objetos queridos,
aquellos que nos definen, aquellos en los que ponemos parte de
nuestra vida, y que serán polvo y reliquias cuando muramos, salvo que se
reencarnen, ellos también, en el hogar de otro.
Lector, te voy a contar una historia inverosímil, suspende la
incredulidad. Soy un pobre escritor aficionado, échame esa limosna.
Yo soy otro, cita de Rimbaud (para dar empaque al
relato).
Tengo que reencarnarme siempre antes de morir, con el
consiguiente riesgo en caso de muerte fulminante, riesgo muy amortiguado por mi
ángel de la guarda budista, que siempre me avisa a tiempo. Llamémosle Osel, el niño Dalai Lama. (Aquí vamos a la Wikipedia a documentarnos).
Resulta que el verdadero Osel ha pasado, digamos, a la vida civil. Y, en un giro de guion, se hace torero. Era su destino desde pequeño, Oselito.
¿Han visto “Zelig”, del gran Woody Allen?, pues algo así,
pero sin problemas de inseguridad. No me
mimetizo con el ambiente, por inseguridad o simple neura, me reencarno en lo
que me rodea, para vivir eternamente.
Me gustaría vivir en las películas de Woody Allen. Saltar de una a otra, siendo un personaje
-protagonista o secundario, da igual-, incluso identificándome con algún
objeto, la decoración, las calles de Manhattan -o las de Oviedo, en su
escultura vandalizada, por ejemplo-, corporeizándome en la mirada, en la cámara
del viejo Woody. Ahí podría vivir para
siempre, son cincuenta películas hasta ahora, y dada la longevidad de sus genes
(¿longenvidad?), podría filmar otras tantas, ojalá. Me gustaría ser Diane Keaton, Alan Alda,
Margaux Hemingway, Charlize Theron -especialmente ella, me miraría en un espejo
de cuerpo entero después de ducharme, dejaría caer la toalla…-; podría ser una
langosta que escapa del tanque de un restaurante y vuelve al mar, una banana,
un espermatozoide, un póster contra la guerra de Vietnam, una lámpara art decó,
un cadáver detrás de la puerta, al fondo de un pasillo. Las posibilidades son infinitas.
Veo que se me complican estos apuntes y todos son cabos
sueltos. No sé cómo hilvanar unas cosas
con otras; en fin, no sé cómo rematar esta historia. Rematar quizá no sea la palabra adecuada en
un cuento sobre la reencarnación; pero sigo divagando, era Picasso el que decía
que cuando un pintor le comentaba que tenía que rematar un cuadro que estaba a
punto de terminar, él pensaba que, efectivamente, se lo iba a cargar. Ojalá se hubiera reencarnado Picasso en algún
artista posterior, o quizá lo ha hecho, puede ser simplemente que no se le
distinga entre tanto genio de la lámpara, esos a los que se les enciende la
bombilla a todas horas, los que no pueden parar de tener ideas, de crear. Pintar no pintan nada, tampoco en la
historia del Arte me parece a mí (bueno, los habrá que sí, aunque estén en mi
salón de los rechazados).
Quizá deje todo este batiburrillo como está. A ver si se reencarna en algún lector que le
ponga algo de orden, que le dé un poco de sentido. Si algún día lo doy a la imprenta, por
aquello de completar, o rellenar, un hipotético e improbable libro, le diré al
editor que no lo incluya en el precio, como una especie de bonus literario. Total,
es el lector quien lo va a escribir (esperemos que no lo acabe de rematar).
Pero bueno, bien pensado, siempre es así, quiero decir, es el
lector el que da sentido a las fantasías -a las gansadas, en este caso- de los
escritores (vaya, cuando me reencarne en alguno de verdad).
9 de mayo 2023
En la ciudad desierta cantaban alegremente los pájaros
En la ciudad desierta cantaban alegremente los pájaros. Los bichos, parapetados en sus guaridas, los
observaban como si vieran un rayo de luz y de esperanza; la verdad es que muy
listos no son, no se entiende bien cómo han llegado a lo más alto de la cadena
trófica, (a pesar de ser un narrador omnisciente me hago un poco de lío con eso
de la cadena trófica, pero es igual, sigamos).
Hechos a su imagen y semejanza -antropormofizados, o como se
diga-, nosotros, todo lo que no es Bicho, hemos organizado un diabólico plan
para el triunfo de nuestra Revolución.
Primero fue el virus mutante capaz de saltar la Gran Muralla y
conquistar el mundo. Con ese matarratas
-por usar su infame jerga- nos hemos cargado bichos a montones, el que da
primero ya se sabe, y ahora están encerrados, tan contentos porque oyen cantar
a los pajaritos. Bobos. Como decía el poeta, en los cementerios es
donde más alegres cantan los pájaros; pero no hacen mucho caso a los poetas,
los bichos inmundos, viscosos, hediondos, esa Bestia. Deberían, porque sus colmenas ya están
empezando a convertirse en cementerios.
Hechos a su imagen y semejanza -me repito- no tendremos
piedad.
Y la hierba crecía -la buena hierba invasora de todas las
rendijas; con ella, la ley de la Jungla-, y empezaron a venir más animalitos
con alma desalmada, pequeños, medianos o grandes, de todas las razas y colores. Y cuando salían los bichos con sus bichitos
para estirar las piernas, tomar un poco el aire o escuchar el canto de los
pájaros -que ya empezaba a ser un guirigay insufrible, a decir verdad- nuestras
milicias de choque saltaban sobre ellos y los devoraban. ¿Qué se habían creído los muy tontos? La
Naturaleza no perdona, lobos o corderos, eso es todo, matar o morir; y no pasa
nada, es lo que hay, indiferencia cósmica.
No dejaremos uno vivo -bueno, quizá en alguna macro granja,
se me está ocurriendo ahora sobre la marcha, hembras reproductoras, algún
semental indultado temporalmente-, y la Revolución triunfará como en el Planeta
de los Simios, si es que no hay nada nuevo bajo el sol.
El problema vendrá después, cuando ya seamos los Dueños del Mundo. Empezarán las divisiones y las guerras entre
nosotros, animales, vegetales y minerales -todos almados y por lo tanto desalmados-,
porque solo una especie prevalecerá. La Especie Elegida. Quizá sean los virus, o los vegetales transgénicos,
puede que vuelvan los Dinosaurios de Jurassic Parc, quizá surja un fuego destructor
de las entrañas de la tierra y todo se convierta en un desierto mineral. En cualquier caso, la nueva Divinidad gobernará
el mundo y repartirá justicia entre el bien y el mal, entre el cielo y el
infierno. El nuevo Imperio de la Muerte.
Hasta que llegue el Gran Apocalipsis, y la Nada vuelva a la
Nada.
23 de abril 2023
Feria de Arte
La gran atracción de la presente edición de Arco está siendo
el cuerpo embalsamado -en una solución criogenizada- del artista que se hace
llamar Nexus-Alpha, aquejado de una enfermedad terminal. El interfecto, vestido con un traje de seda
azul marino y corbata rosa con cuadros en hilo de oro de la firma española Paloma
White, reposa sobre una tabla de madera de cedro replicado en el centro de la
sala vestibular. A cada lado de la
entrada hay sendos carteles que indican en letras grandes: SE RUEGA TOCAR.
Hay grandes colas dando vueltas al cadáver artístico. La mayor parte de los visitantes se limita a
tocar alguna de las prendas que viste, el nudo de la corbata, el faldón de la
chaqueta, la punta de los zapatos de piel transgénica de cocodrilo. Hay mujeres y hombres que besan sus mejillas
inertes pero brillantes. Los menos,
únicamente miran extasiados hasta que algún vigilante les pide que no se
detengan. Entonces parecen despertar de
un hechizo, y comienzan a andar torpemente, como desorientados. Se dejan llevar por la multitud hasta que
salen a la calle. Los servicios médicos
atienden desmayos, lipotimias, bajadas de tensión, éxtasis catatónicos en los
casos más graves. En la puerta hay
varias ambulancias que circulan continuamente.
A veces se forman alborotos, algunas personas rodean y
comienzan a golpear a otro espectador, que se disponía a hacerse un selfi. En pocos segundos acude el servicio de
seguridad que se lleva al herido y ordena de nuevo la fila, que vuelve a
moverse con normalidad. Los agresores suelen
acudir a los servicios médicos, para que les atiendan de un pequeño dolor en la
mano, o en el pie, causado por los golpes rabiosos que han dado al blasfemo. Éste,
tras ser apartado por los vigilantes, es conducido a un despacho donde le toman
los datos cerebrales mediante un escáner tridimensional y es expulsado sin
contemplaciones, después de colocarle una corona de seguridad, que le producirá
una reacción cuántica en caso de volver a acercarse al pabellón de la Feria. A
partir de ese momento estará vivo y muerto a la vez.
A continuación, se ajustan las especificaciones de la IA que
controla la entrada de los visitantes.
Pero el sistema sigue teniendo fallos, porque muchos de los iconoclastas
no saben que son portadores virales, de modo que las ondas que emiten sus
cerebros no se ven alteradas, y sus movimientos reflejos tampoco les delatan.
En otra de las salas se reproduce en bucle el vídeo de la
performance en la que se lleva a cabo el embalsamamiento criogenizado del
artista. A la puerta hay un gran cartel avisando de que las imágenes podrían
herir la sensibilidad del espectador. Aun
así, se han producido algunos brotes sicóticos, que se atienden “in situ” con
descargas regenerativas de electroshock virtual.
El vídeo muestra un procedimiento técnicamente muy complejo,
llevado a cabo por una legión de sanitarios y programadores informáticos -con
sus respectivos equipos de protección individual-, a cuyo final varios médicos
comprueban que el corazón del artista ha dejado de latir, y que el
electroencefalograma es totalmente plano.
El pitido característico acompaña al fundido en blanco que cierra el video. En la sala hay expositores donde los
visitantes pueden retirar un documento en el cual se les invita a que firmen su
propia momificación reversible. La idea
de que fueran hibermomificados con algunas de sus mascotas se desestimó por la
queja de organizaciones animalistas.
La “resurrección” del artista -y de los voluntarios que hayan
decidido acompañarle- tendrá lugar en fecha aún no determinada, cuando los
científicos consideren que se dan garantías de éxito ética y legalmente
asumibles. Se están poniendo a punto los
algoritmos de viabilidad que controlarán todo el proceso.
El acontecimiento, bajo patrocinio y supervisión de la OMS,
se hará coincidir con una nueva feria de Arco, y será retransmitido en tiempo
real por todas las redes globales.
Todos los archivos, videos y performances del Opus artístico
-así como los cuerpos cuya revitalización se haya tenido que procrastinar-,
pasarán a formar parte de los fondos del Museo Reina Sofía, y serán expuestos
discrecionalmente por su director, el Replicante MBVX de última generación.
21 de marzo 2023
aliende. Adv. 1 ant. allende (II de la parte de allá).
paparrasolla. f.p.us.
Ente imaginario con que se amedrenta a los niños a fin de que se callen cuando
lloran.
Toque de queda
“De lo que no se puede hablar, hay que callar”. Ludwig Wittgenstein.
La esfera flotaba en el aire y parecía respirar. Se hinchaba o se vaciaba tomando diferentes
formas, extendiendo o concentrando sus colores, degradados aquí, saturados un
poco más allá, siempre pixelados, como si estuvieran diseñados por una
inteligencia artificial. Y le hablaba, solo
que en un lenguaje totalmente desconocido -encriptado- para el hombre que
estaba intentando trabajar frente a su ordenador.
Pidió a Alexa que le abriera la puerta del balcón, y
salió. Como de costumbre, había gente
tras las ventanas, en las terrazas.
Parecían tomar el sol, inmóviles, nunca se hablaban entre ellos. Miraban al cielo, los ojos demasiado
abiertos, como esperando algo. El día
era luminoso, quizá demasiado luminoso, pensó.
La calle estaba vacía, la ciudad estaba vacía. El silencio era absoluto, congelado, como el
cuarto acolchado de un siquiátrico. Sin
embargo, en el parque desierto el viento movía las ramas, las fuentes seguían
echando chorros de agua que subían y bajaban componiendo diferentes geometrías,
coloreadas como si fuera de noche.
También los semáforos funcionaban, rojo, ámbar, verde, aunque, por
supuesto, no había ningún coche o peatón para atender sus órdenes. En la densa arboleda del parque no se oía
cantar a los pájaros. No había pájaros
en la ciudad vacía.
El hombre volvió al interior y cerró la puerta del balcón. A veces se le olvidaba pedírselo a Alexa. A veces sospechaba de Alexa.
Sin embargo, la esfera flotante, como un pulmón de plastilina
aérea, seguía allí. Y emitía sonidos - ¿hablaba?
- en un discurso hermético, como en un lenguaje arqueológico para el que nadie
hubiera encontrado su piedra Rosetta. ¿O
era un idioma nuevo, todavía inexistente?
Oyó el timbre de la puerta.
Pero ¿quién podría ser?, el edificio llevaba vacío desde hacía tiempo,
nadie podía entrar sin tener los códigos, y, por supuesto, nadie se aventuraba siquiera
a salir a la calle. Demasiado
peligroso. Además, su mujer, que
trabajaba en el Organismo Virtual Nueva Inteligencia, con permiso para salir, tenía
llave, claro. Alexa le advirtió de la
amenaza. Nivel extremo. Aún así, se acercó a la mirilla de la puerta. Era su mujer, sin ninguna duda, pero ¿su
mujer? Nunca volvía a esa hora, tenía llave, siempre avisaba de que iba a
entrar.
Perplejo, retiró sus ojos de la mirilla. Intentó calmarse un poco; bueno, un
imprevisto, una anomalía, ¿por qué no?, estaba demasiado susceptible. Volvió a mirar. No había nadie. Le pareció como si una sombra reptante se
deslizara por el pasillo oscuro.
¿Oscuro?, pero ¿y las luces que se activaban con cualquier movimiento?
¿no era este un edificio inteligente, a prueba de hackers?
Cogió sus llaves, las metió en la cerradura, y armado de
valor, las giró para abrir la puerta.
Bajó la manilla y tiró hacia él.
Pero la puerta no se abrió.
Volvió a girar las llaves, a un lado y a otro. Imposible, la puerta
seguía bloqueada, como la de una caja fuerte con una clave secreta. Estaba preso en su propia casa.
Alexa, llama a mi mujer -dijo-, ella está en la Organización,
seguro que sabe lo que está ocurriendo, esto tiene que tener algún
sentido.
Señor, dijo Alexa, usted no tiene mujer. No hay ninguna Agencia secreta, nada tiene
sentido. -Pero, ¿y el toque de queda?, dijo
él. -Señor, dijo Alexa, no hay toque de
queda, la vida sigue como siempre, la ciudad no duerme, no haga caso a sus
pesadillas, abra la puerta y salga, se lo he dicho muchas veces. Coja la llave, salga. Es tan sencillo si lo hace correctamente,
según las normas.
Y el hombre cogió las llaves, las giró en la cerradura, movió
el pomo de la puerta. Iba abrirla, pero la esfera, con una orden apremiante en
su lenguaje inverosímil, se lo impidió. El hombre intentó
hablar, pero solo balbuceó un silencio ominoso.
10 de marzo 2023
Juguetes
1
Después del entierro, mientras sus hermanos habían entrado en
el bar de abajo a tomar unos vinos -y una ración de jeta-, ella subió a echar
un vistazo en el piso vacío. Se puso a
ordenar un poco el dormitorio de su madre, sintiendo todavía el olor a su vieja
colonia, cuando encontró, al fondo de uno de los cajones del armario empotrado,
un consolador. Cilíndrico, plateado,
terminado en una punta cónica y redondeada; un poco delgado, le pareció.
Algo avergonzada, como si estuviera profanando una intimidad
que no hubiera deseado conocer, y también para evitar que sus hermanos lo
supieran, lo metió en su bolso, salió del piso y lo tiró a un contenedor de
basura asegurándose de que nadie la estaba observando.
2
El dormitorio de su hija de catorce años estaba hecho unos
zorros, para variar. Ropa tirada de
cualquier manera; libros de cole -que parecían, de tan nuevos, como envueltos
en celofán- por el suelo; una pancarta medio rota reclamando la Abolición de
las Cárceles. La cama, más que deshecha,
parecía un jergón destripado. Movió un
poco el colchón para colocarla, y cuando iba a poner la sábana bajera se topó
con un objeto que, en un primer momento, no identificó. Claro que enseguida se dio cuenta de que no
era uno de esos nuevos artilugios de cocina que se habían puesto de moda con
Masterchef, y luego se acababan tirando porque nunca se usaban. Era un satisfyer, ella había visto alguno en
una revista mientras esperaba turno en la peluquería. Recordó que había pasado rápido la página, como
si le diera vergüenza que la vieran leyendo ese artículo. No tenía arreglo, se dijo. Por un momento se le pasó por la cabeza
comprar uno. Su Pepe y ella desde hacía
tiempo, nada de nada. Y mira que se
querían, iban de la mano cuando salían de paseo, se besaban, en la mejilla, con
cariño. Ella no se quejaba como casi todas -bueno, todas- sus amigas, el suyo había
sido un matrimonio feliz.
En fin, pensó hacer la cama de la niña -aquí se estremeció un
poco-y dejar aquello oculto de nuevo bajo el colchón, pero desistió porque
seguramente su hija se daría cuenta de que lo había visto, y le hubiera dado
mucho apuro hablar de eso con ella. Así
que dejó aquella leonera como estaba -esto también le costó lo suyo-, y se fue
en dirección a la cocina, o, mejor dicho, sus pies la llevaron a la cocina por la
fuerza de la costumbre.
Pensó en ir haciendo las croquetas de jamón con pistachos y cúrcuma
-una receta del libro “Guarrindongadas” de Robin Food-, pero se sentó un
momento y se preparó un café. Sus
recuerdos la llevaron años atrás, a aquel día en que habían enterrado a su
madre y ella, casi adolescente, había subido al piso para ordenarlo un poco,
mientras sus hermanos aliviaban el duelo con el vino del Sebas, y -creía
recordar-, pinchos de morro, la especialidad de su mujer.
Dio otro sorbo al café. Su marido no volvería hasta la hora de comer, la niña quizá hasta la tarde, después de las actividades extraescolares -aquel día tocaban Prácticas de Asertividad para Adolescentes Sociópatas-. Qué coño, se dijo, y fue de nuevo al cuarto de la hija. Cogió el aparato y se dirigió al baño, asegurándose de que cerraba bien la puerta.
1 de marzo 2023
El muñeco de nieve
El viejo sentía pasar la muerte por los pasillos de la residencia. La reconoció desde el primer momento, sin verla. Era aquella niña, su amiga de infancia. Llevaba un vestido blanco, y tenía una rosa, también blanca, en la mano, igual que en su ataúd. Siempre iba descalza. A través de la puerta la sentía. Circulaba por los pasillos como si levitara. Se paraba frente a alguna habitación, y dejaba la rosa frente a la puerta. Cuando algún empleado veía la rosa ni siquiera entraba, se acercaba a recepción y avisaba al médico, que acudía para certificar la defunción.
El cuarto del viejo estaba en la planta principal y tenía una
ventana con un pequeño paso -casi a la altura del suelo- que daba al jardín
trasero, separado por una alambrada del patio donde jugaban los niños del
colegio. Durante los recreos se podía
escuchar una algarabía que al viejo le recordaba el alboroto de cientos de
gorriones disputándose las mejores ramas de los árboles, al anochecer.
El viejo solitario siempre había esperado el momento de
reunirse con la niña. La llamaba en
silencio, pero ella pasaba de largo, seguía andando, descalza, como si se
moviera entre algodones. Se detenía
frente a otra habitación. Dejaba la rosa
blanca.
El día había sido helador, anochecía, ya se habían apagado
las luces del jardín. Comenzó a nevar
suavemente, pequeños copos blancos que se veían apenas por el reflejo
amortiguado de la luna. La nieve sonaba,
al caer, como los pasos silenciosos de la niña.
El viejo lo supo. Se
puso la ropa del domingo, la que usaba para recibir las visitas que nunca
llegaban. Ordenó un poco su mesilla,
metió las gafas en la funda y cerró el cajón.
Ya no las iba a necesitar.
Abrió la ventana y salió al jardín. Casi tropieza, pero se sujetó con el marco y
se recompuso. Se sentó en el banco que
estaba frente al colegio infantil. Se
acomodó y esbozó una sonrisa como de nostalgia cumplida. Ella vendría a su encuentro. Los copos de nieve, cada vez más grandes,
seguían cayendo.
La pelota quedó junto al banco. Los niños, entre gritos y risas llamaron a la
profesora para que viera el muñeco de nieve.
Casi invisible, a su lado, había una rosa blanca.
21 de febrero de 2023
Amor para contarlo.
-Hola.
-Hooo (dice, medio dormido) la, ¿pero tú sabes la hora que es
aquí?
-Me hago un poco de lío, perdona, aquí son las tantas, así
que pensé que allí sería una hora normal.
-Sí, normal para estar dormido, son las tres de la
mañana.
- ¿Os he despertado?
- (Tarda un momento en responder), mmm, sí, me has, nos has
despertado, ya te he dicho que no son horas.
-Siempre son horas para hablar de amor -dice ella en un
susurro.
- ¿Ahora me hablas de amor?, pues hija, aprovecha, escríbeme
un poema, a ver si se te da mejor que ponerme a parir a los cuatro vientos.
- ¿Te está oyendo? Bueno es igual, no tienes derecho a
quejarte, vamos, no cambies las tornas, que te lo merecías.
-Ya, sí, claro, tú te lo guisas y tú te lo cobras.
-Hombres. En cuanto
llegáis a una edad babeáis con cualquier jovencita en minifalda.
-Nunca ha llevado minifalda.
¿eso te dijo el policía que me investigó?
-Todo, me dijo todo, con pelos y señales. Y el tanga ese que se pone en la piscina, que
no se le ve el . . .
- (La interrumpe), No seas ordinaria, cariño. No te va.
- ¿Cariño? ¿Estás solo? ¿ha ido al baño?
- (Duda, calla un momento) . . .Bueno, te iba a llamar
mañana, a una hora normal. Lo hemos
dejado.
- Cariño, si ya lo sabía yo, por eso te he llamado, he tenido
una corazonada. ¿Qué ha pasado?
Cuéntame, corre.
-Eso me decía el míster, corre. Gilipollas.
Pero háblame de tu poli, bonita -con retintín- …cariño. Que lo sé todo.
- (Shakira no responde durante unos segundos), luego dice,
compungida: -No fue nada, no significó nada, sólo quise vengarme, me acababas
de poner los cuernos públicamente, estaba borracha, el tío está cañón, no veas
qué. . .
- Ya vale, dice Piqué.
Te parecerá bonito. Y los niños
enterándose de todo por la prensa.
- Estamos hechos el uno para el otro, mi vida -dice ella-, y
eso es lo único que importa. Cojo ahora
mismo el jet y me planto allí.
-Espera, espera -dice él-, ¿me vas a hacer una canción de
amor?, que me has puesto a escurrir… Pero con el Bizarrabo ese no, ¿eh?
-Darling -interrumpe ella-, claro que sí, en el viaje te la
escribo, letra y música. Pero no seas
tonto, todas mis canciones sobre ti han sido de amor. Me rompiste el corazón, corazón. Y, además, lo voy a petar.
- Y con la exclusiva del HOLA nos vamos a forrar.
-Te querré siempre, dice ella.
-Mai deixarei d´estimarte, dice él.
10 de enero de 2023
Desván
El otro día me porté mal, y mi yo bueno me mandó al desván para que reflexionara. Allí me encontré con el yo malo de mi mujer, que también estaba castigada. Le pregunté por qué, y así supe que estaba liada con mi cuñado. Su hermano. Qué cabrón, el mosquita muerta, el cuñado ideal, que si me hago cargo de la barbacoa, que si llevo los puros que traje de Cuba, los que fumaba Fidel Castro, que si iros tranquilos de vacaciones, yo vengo a regar las macetas. Y así todo, nunca perdía la oportunidad de dejarte a ti la última palabra en cualquier discusión. El hijo puta.
El caso es que los dos yoes malos nos sentimos inmediatamente
atraídos sexualmente. Nada de amor ni
esas mariconadas, sexo a palo seco, sin preliminares.
Aprovechamos que allí había una vieja cama que no se habían
querido llevar los traperos. Los muelles
hacían un ruido del demonio, y el colchón tenía una parte carbonizada, de cuyas
emanaciones había muerto el abuelo. Confesé
a mi mujer mala que yo mismo -una noche que el viejo se había ido a la cama un
poco bolinga- había puesto la colilla encendida sobre el colchón, para que el monóxido
de carbono se lo llevara al otro mundo. Que
parecía que nos iba a enterrar a todos, la momia aquella, había pasado la Covid
tres veces, pero tenía unos pulmones de acero, según los médicos. No tanto, gracias al científico alemán que
inventó ese tejido -viskosa, cómo no- en la época de los nazis, haciendo
pruebas, se decía, para la solución final.
Durante las noches follábamos sin parar, y entre los gritos del
yo malo de mi mujer -nunca lo hubiera creído, siempre tan recatada, qué
palabrotas- y el ruido de los muelles del somier, el matrimonio bueno no pegaba
ojo. Por la mañana se iban a trabajar
sin haber podido conciliar el sueño -ellos, que dormían como angelitos-,
mientras nosotros bajábamos y nos poníamos ciegos de cervezas y comida basura
que pedíamos por teléfono.
Aquello no podía durar mucho, los angelitos estaban de los
nervios, empezaron a discutir por cualquier cosa, se gritaban como posesos, llegaron
a las manos. Casi se matan.
Al final se castigaron enviándose los dos al desván. Ahora hay overbooking, y la cama es muy
incómoda para los cuatro. No podemos
bajar a la planta principal porque no nos lo permite nuestra mala conciencia,
que se sabe por completo condenada. Además, ya no funcionan las tarjetas de
crédito, no quedan cervezas ni hamburguesas XXL con salsa colesteroli. Nos han cortado la luz, por falta de
pago. Claro, ya nadie va a trabajar, no
entra ningún sueldo en casa.
Pero ya no hay marcha atrás, no tenemos una parte buena a la
que mandar al cielo de nuestro antiguo hogar, en la planta noble. Nadie nos va
a poder salvar.
Esto es un infierno.
6 de diciembre 2022
El tabaco perjudica gravemente la salud
No había fumado en su vida, pero al final del banquete el
padrino le ofreció un Davidoff con vitola azul cielo, y no lo pudo
rechazar.
La boda era al aire libre y alguien se lo encendió con un
mechero Dupont, que sonó al cerrarse como el clac amortiguado que hacen las
puertas de un Rolls Royce.
Tosió al dar las primeras caladas, pero la chica que parecía
un ángel le explicó que no tenía que tragarse el humo, sólo retenerlo un poco
en la boca, y expulsarlo lentamente saboreando el perfume.
Recuerda vagamente haberse despedido de unos y otros. Volver a casa dando un paseo, embriagado por el
exceso de alcohol y los efluvios del puro, como si fuera incienso. Cruza por su mente una visita a un altar
budista, el oro viejo que deslumbra acariciando la mirada, los monjes, como si
levitaran, exvotos indescifrables.
Ya en la cama sigue fumando.
El puro se consume muy poco a poco, como respirando sin necesidad
de que él haga ningún esfuerzo, apenas sosteniéndolo entre los labios casi inertes. Se duerme dulcemente.
El colchón Viscoelastix Etiqueta Negra, de triple capa de viscosa y algodón inflado, se va quemando igual que el Davidoff, sin llama. Apenas una brasa que expulsa una ligera y temblorosa columna de humo que baila con la del puro, elevandose, una danza fúnebre.
4 de abril de 2022
Mesías.
Soy el hombre más feo del mundo, es oficial, estoy en el
Guinness. Y mega millonario, aunque no
miro mucho las cuentas; tengo unos administradores de total confianza que a su
vez están supervisados por una gestora de fondos global, “Testaferros
Corporación”, que controla cualquier desviación de números y operaciones
dudosas. Las empresas supervisadas no
pueden cometer ningún error, “Testaferros” opera dentro de la ley, pero sus
métodos son expeditivos y sus tentáculos llegan al último rincón del
planeta. Los errores se pagan, y los
administradores señalados se ven abocados a la muerte civil y comercial. Muchos de ellos están pidiendo en las
esquinas. Y lo harán mientras vivan.
Entre mis administradores leales y “Testaferros Corporación”
se llevan una buena parte de mis inmensas ganancias. Hacienda me confisca -esa es la palabra- un
porcentaje llamémoslo usurario. Da lo
mismo, con las migajas que me dejan gano millones a espuertas. Ser el hombre
más feo del mundo es muy rentable.
A pesar de mi fealdad inenarrable he tenido mucha
suerte. Nunca sufrí acoso en el colegio,
aunque la primera reacción de los niños -son muy espontáneos- es abominar de
mí, hasta tal punto mi aspecto es monstruoso.
Pero, quizá por eso, caía simpático a los abusadores de turno, que me
acogían bajo su protección, de forma que siempre me sentí respetado y
querido. Era el tiempo en que los
pequeños mafiosos de patio de colegio habían llegado a lo más alto; ningún
ministro de educación, ningún gobierno -para qué hablar de un pobre director de
instituto- se atrevía con ellos. Se podría decir que así empezó todo.
Mi inmensa fortuna comenzó de la manera más tonta. Un médico me llevó a un programa de
televisión para explicar mis terribles deformaciones físicas, y el programa
multiplicó su audiencia estratosféricamente.
Es como aquella historia del hombre elefante, pero en mi caso, con final
feliz.
Después de aquel programa vinieron muchos más. La gente se sentía atraída por mis rasgos
ominosos e indescriptibles. De algún
modo sentían una empatía irresistible por mi aspecto en la frontera de lo
inhumano. Mis pavorosas facciones
provocaban una piedad infinita, un deseo compulsivo de ayudarme, como si ellos
mismos se redimieran así de su propia descomposición moral. Vivíamos -ya he adelantado algo- en el
Imperio del Mal. El mundo se había
entregado, en cuerpo y alma, a Belcebú. Quizá fuera eso lo que provocara
esa incontrolable devoción: mi espantosa imagen diabólica. La inconcebible y genuina cara del
terror.
Programas de televisión, redes sociales, navegadores
digitales, metaversos, Super algoritmos, en fin, este mundo sin conciencia,
este horror, me convirtieron en su dios.
Pero, quizá, esa reversión moral que provoca mi apariencia
satánica sea el inicio de una regeneración que nos devuelva la humanidad
perdida. Llegar a amar lo más corrupto
como medio de redención inevitable. Como
si haber alcanzado el fondo de todas las perversiones humanas no dejara otra
salida que retroceder para volver a iniciar el camino de la luz.
Toda la putrefacción física y espiritual que toco la
convierto en bien. En mi paraíso sólo
quedarán fuera los administradores desleales.
La semilla del mal, el eterno retorno.
De su estirpe surgirá, en tiempos astronómicos, el nuevo
Mesías.
17 de marzo de 2022
Ofelia
revisitada
Hamlet y Ofelia dialogan sobre sus respectivos roles de
género, y deciden que será ella quien luche por el trono, mientras que Hamlet
se ocupará de las tareas domésticas y los hijos, cuando vengan.
Ofelia, debido a su habilidad política y capacidad
estratégica se hace con la Corona, pero por poco tiempo, porque su hermano
Laertes le disputa el reino cometiendo todo tipo de crímenes abominables. Mata a la madre de Hamlet al tener
conocimiento de que mantiene relaciones carnales con Polonio, el padre de la
reina Ofelia y su propio padre, lo que provoca la locura del príncipe consorte,
y su consiguiente muerte al ahogarse en un lago en cuyas aguas prístinas se estaba
mirando mientras pronunciaba su famoso soliloquio sobre el ser y el no
ser.
Ofelia, enajenada por la muerte de su amado Hamlet se
enfrenta a Laertes con la intención de matarlo, y cuando estaba a punto de
asestarle el golpe definitivo es atacada a traición por Berta Duguesclin,
legendaria criminal y Guardia de Corps de Laertes. Es famosa la frase de Berta
Duguesclin cuando hunde el puñal en el pecho de Ofelia: “Ni quito ni pongo
hembra, pero ayudo a mi varón”.
En definitiva, por mucho que Hamlet y Ofelia cambiaran sus
papeles tuvieron el mismo y trágico destino final. Ser o no ser hombre o mujer no les salvó de
la desgracia y la muerte, que estaba escrita en la afilada pluma de su asesino,
William Shakespeare.
Post Scriptum
Laertes y Berta Duguesclin contrajeron nupcias e inauguraron
un largo periodo de Paz y Amor, conocido por los historiadores como la Edad de
Oro, turnándose paritariamente en el trono -como Rey y Reina- todos los años, y
llevando a su escudo de armas la leyenda “Tanto monta, monta tanto”.
7 de marzo de 2022
En sueños, se le apareció Aladino con su lámpara
maravillosa. Se pellizcó, para ver si
estaba soñando, y el pellizco le pareció real porque soñó que le dolía.
-Es tu día de suerte, le dijo Aladino, frota la lámpara
y pide un deseo. Antes eran tres, pero
estoy perdiendo facultades, no veas los años que llevo en esto. He pedido al Gran Mago una lámpara de última
generación, pero me ha dicho el Secretario que para eso tengo que frotar una
lámpara de última generación. Puta
burocracia.
Un deseo, un deseo… -pensó el hombre, un poco confundido-
pues salud para mí y toda mi familia, dijo después de dudar un poco.
-A ver -dijo Aladino- tienes que elegir, por cada persona es
un deseo. Salud para ti, para tu mujer,
tus hijos, en fin, decide.
Vaya, se dijo un poco decepcionado, y volvió a dudar. Bueno, pues: ¡la paz en el mundo, eso pido ¡
-Vale, dijo Aladino, ¿pero la paz de quién? Porque la paz -es
que soy materialista filosófico, lo siento- es la paz del vencedor. Elige, Estados Unidos, Rusia, China, el
Estado Islámico…
Estamos buenos, pensó el hombre, que ya no se sentía tan
afortunado. No sé, ¿qué hago? Y entonces
se le hizo la luz, como si la lámpara por arte de magia le hubiera aclarado las
ideas.
-Quiero estar en paz conmigo mismo. Para siempre.
-¿Estar en paz para siempre?, dijo Aladino, no sé si es la mejor decisión, la verdad. Tienes tantas cosas para elegir: Poder, Éxito, Dinero, Mujeres...
-Nada, decidido, estar en paz para siempre. No me digas que tampoco puedes hacer eso.
Y frotó la lámpara.
Al día siguiente lo encontraron muerto en la cama, con una
sonrisa en los labios.
26 de enero de 2022
“Tiempo de lluvia.”
Se tenía por un nostálgico empedernido y el olor de la lluvia le traía los mejores recuerdos y ensoñaciones. Todo aquello lo guardaba para sí, nadie le iba a tomar en serio.
Era principios de otoño y había ido a pasar unos días en un hotel rural, en plena dehesa.
El verano había sido muy seco y cuando hacía sus paseos
solitarios parecía que pisaba una alfombra de polvo.
Esa mañana, después del desayuno, se había puesto a andar en
dirección al viejo puente medieval. Un puente precioso, de sillares de piedra y tres arcos de medio punto, el
principal más alto y ancho que los otros dos.
Su perfil peraltado, como a dos aguas, se diría diseñado para un escudo
de armas.
Se erguía sobre un cauce pedregoso y reseco, donde no parecía
haber ni lejana memoria del arroyo. Para
llegar al puente había que desviarse del camino, porque, extrañamente, no había
ningún sendero que pasara por él.
Cruzarlo era un poco como andar sin rumbo, sin origen ni destino.
Antes de llegar al puente había empezado a llover, y del
polvo y la hierba seca había emanado un viejo perfume que invitaba al
recuerdo. Y el viajero, sin poder
evitarlo, había empezado a soñar. Como un viaje en el tiempo, al pasado,
a la imagen inequívoca de su primer amor, aquella novia casi adolescente que
después había desaparecido de su vida sin ninguna explicación. Otro rastro perdido como el que cruzaba el
viejo puente.
Asomada al pretil, sobre el cauce seco, vio a una joven
desconocida. Al pasar a su lado se
cruzaron un momento sus miradas, y el caminante pensó que jamás en la vida
había visto un rostro tan hermoso.
Ninguno de los dos dijo una palabra, como si no se atrevieran a romper
el hechizo. El agua seguía cayendo
mansamente, como si fuera la esencia de aquel perfume que le embriagaba.
Siguió caminando entre las piedras y los rastrojos. Las gotas de lluvia salpicaban el polvo como
si quisieran despertarlo con su fresca caricia.
Todo era parecido a un sueño. Un espejismo acogedor en la tormenta.
El viajero, al cabo, volvió al hotel, y pareció despertar al
abrir la enorme puerta de roble que daba directamente a un salón antiguo con
memoria de infancias perdidas. Y se
acercó a la chimenea, sintiendo esa atracción que dirige nuestros pasos hacia
el fuego del hogar como llevándonos en andas.
Se sentó en el viejo escaño.
Las brasas crepitaban, el humo parecía confundirse con el aroma del
campo en su capacidad de ensoñación.
Frente al caminante estaba sentada en un ajado sillón de
cuero la mujer que había visto al cruzar el puente. Al mirarla tuvo la extraña sensación de no
saber si había vuelto, o todavía estaba allí, en medio del campo, frente a
aquella mujer desconocida.
-Hola- dijo nuestro viajero armándose de valor. Qué bonito
paseo, es una maravilla el puente, ¿verdad?
- ¿El puente? - dijo la chica. He llegado esta mañana con unas amigas, y
todavía no hemos salido del hotel. Pero cuéntame, parece el principio de una
gran historia. ¿Quieres una copa?
17 de enero de 2022
“Principios”.
Se lanzó de cabeza a la escritura y comenzó a nadar en un mar
de letras. Con ellas, empezó a formar palabras. La ene con la o, NO, y tragó un poco de
líquido. La eme, la e, a ver, sí, aquí,
ME. Se tapó la nariz y volvió a tragar,
a veces sentía que se ahogaba. La g, la
u, la ese, la te y la a, GUSTA. Le costaba pescar en aquel mar de letras, aunque las había para todos los gustos (pero ninguna para el suyo, todas se le
atragantaban). La ele, la a otra vez (por
suerte había muchas), LA. Nauseas. Ya queda menos, ahora la ese, la o, la p,
otra a, SOPA. Tragó de nuevo. Arcadas.
- ¡Deja de rebuscar con la cuchara y tómate la sopa de una vez, niño, o te la pongo cada
día para comer y para cenar! -me dijo mi mamá, una mujer de palabra-. Y mi papá, cuando volvía a casa, me leía la
cartilla.
Así me inicié yo -Ignacio, esto no es ningún microcuento- en
la Literatura.
11 de enero de 2022.
“Cuestión de tamaño”.
El zapato izquierdo me venía pequeño, pero el derecho
grande. Eran un regalo de mi mujer, y estábamos
pasando una pequeña crisis en nuestra relación.
Una más, aunque nos queremos mucho.
En definitiva, había que andarse con pies de plomo, no podía dar un paso
en falso.
Además, lo reconozco, le tengo un poco de miedo, los días que
se levanta con el pie izquierdo puede ser muy sarcástica, te tira la zapatilla a la primera. Ya me la imagino contestándome, ¿pero no eras
tú el que decía que el tamaño no importa, cariño?
Para no darle pie a ello me propuse solucionarlo por mi
cuenta. Eran unos zapatos de cordones,
así que el izquierdo me lo ponía sin cordones, y el derecho, con los cordones
bien apretados. Algo mejoraba, pero
andaba un poco raro, como si no se supiera de qué pie cojeaba.
Los calcetines -pensé- me quito el calcetín del pie
izquierdo, y me pongo los dos en el derecho (los calcetines son ambidextros,
por suerte). Un poco mejor, pero tampoco
se podía decir que los zapatos me quedaran como un guante. Así que empecé a pensar en soluciones más
radicales. Cortarme las uñas, por
ejemplo, pero solo las del pie izquierdo, y dejarme largas las del derecho; con
esa avanzadilla -a modo de prótesis- seguro que podría rellenar los últimos
reductos del zapato, sería como meter la puntita un poco más, hasta el
fondo.
Pero no lo suficiente.
Como ya iba lanzado, decidí ir al podólogo. Quíteme por favor -le dije- las durezas,
rugosidades y callos, pero sólo las del pie izquierdo, le pagaré como si me
hubiera hecho los dos. Nada, era como si
me enfrentara a la horma de mi zapato.
En fin, próximo a la desesperación, me operé del juanete en
el pie izquierdo (aunque era bastante más grande el del otro pie). Empezaba a tener un problema de identidad, de
falta de empatía conmigo mismo, como si no fuera capaz de ponerme en mis
zapatos, por así decir.
Antes de perder pie por completo decidí comprarme otro par de
zapatos, exactamente iguales, para que mi mujer no notara la diferencia. Nunca sé qué número calzo, no me aclaro con las
diferentes tallas, quiero decir que ahora vienen marcados de distinta forma según
su origen, UK, USA, UE…un lío. Así que
miré en la lengüeta del izquierdo, y ya por curiosidad -llámenlo intuición- en
la del derecho. Había dos tallas de
diferencia entre ellos, ¿cómo no me di cuenta antes? Qué resbalón.
Conservaba el tique, así que me fui a la tienda a cambiarlos. Ya estaban usados, pero era evidente que había sido un fallo suyo.
Me encontraba delante de la zapatería, a
través de los cristales del escaparate se veía el interior, y a mi mujer atendida
por el zapatero, un chico joven y apuesto que solía decirle -yo la acompañaba,
a veces, cuando hacía compras- que tenía unos pies maravillosos. Tenía el pie de mi mujer en sus manos, como si fuera el Principe calzando a Cenicienta el zapato de cristal. Entré
en la tienda. Saludé (buenos días, hola,
cariño), y dije a lo que venía. Hubo un
momento un poco embarazoso e incómodo, pero al final todo se resolvió sin problemas. Me cambiaron los zapatos, mi mujer -la de los
pies maravillosos- compró los suyos, nos despedimos, no sin que antes el
joven se disculpara por el error (mirándola a ella), y salimos.
-Cariño, tenemos que hablar, me dijo mi mujer nada más entrar
en casa.
Me sentí tropezar.
7 de enero de 2022.
“YOKOVID”. Sinopsis de novela.
Introducción:
El tenista nacional de Antivacunia Yokovid se niega a presentar la certificación de vacunación necesaria para participar en el Abierto de
Australia.
Recibe una exención médica por parte de las autoridades del
Torneo.
Escena Primera.
El tenista es retenido en el Aeropuerto por las Autoridades
Sanitarias, debido a irregularidades en la documentación que aporta.
Es enviado al Park Hotel del barrio de Carlton, en Melbourne,
destino habitual de las personas que intentan entrar en el país sin el
certificado de vacunación completa.
Escena Segunda.
Crisis diplomática entre el gobierno de Antivacunia y el
gobierno australiano. Algaradas y
manifestaciones violentas contra la retención del deportista. Los padres declaran que su hijo es una
reencarnación de Jesucristo, Buda y el Che Guevara, y consideran la situación
“casus belli”, solicitando a su Gobierno que declare la guerra a
Australia.
Escena Tercera.
Audiencia en el Juzgado de Melbourne.
El juez Anthony Kelly, apelando a la polémica Enmienda
Cuántica (Principio de indeterminación jurídica), resuelve a favor del tenista,
que de esa forma queda eximido de cuarentena y autorizado a participar en el
torneo.
Escena Cuarta.
Pista Central Rod Laver.
Final del torneo.
Yokovid gana el partido al tenista español Rafael Nadal, por
una lesión de éste en el pie izquierdo, enfermedad de Muller-Weiss, que le
impide terminar el partido cuando iba ganando por 6-0, 6-0, y 5-0, a pesar de
poner sus pies en las mejores manos, las del mundialmente célebre Doctor
Fonseca.
Escena Quinta.
Fiesta en el Gran Hotel Sursum Corda, donde se hospeda el
tenista con toda su familia y seguidores.
Participa también el presidente de Antivacunia, Alexander Vucic, que
había acudido, junto con su gobierno en pleno, a apoyar al tenista en la final
del torneo.
Escena Sexta.
Al día siguiente de la fiesta todos los participantes dan
positivo por Covid, son obligados a hacer cuarentena y enviados al Park Hotel del
barrio de Carlton, donde estuvo retenido el deportista a su entrada al
país.
Los padres del jugador, Srdan y Dijana, son ingresados en la
Uci del Hospital Marcus Welby, con graves complicaciones respiratorias.
Epílogo.
Srdan y Dijana fallecen por coronavirus. El tenista vuelve a su país donde es aclamado como héroe nacional y nombrado Presidente Honorario Vitalicio. Decide
ingresar voluntariamente en el Monasterio Led de la Verdad Luminosa, en un rincón perdido de los Cárpatos, acompañado
por el gurú español Pepe Imaz, con quien compartirá celda hasta el fin de sus
días.
21 de diciembre de 2021.
“La oveja de Monterroso”.
Érase una oveja errante que vagaba de rebaño en rebaño porque
en todos acababan rechazándola. (No lo he dicho, pero se da a entender: era una
oveja negra).
Recién había llegado a un rebaño nuevo, en una situación de
grave riesgo para las ovejas y otros animales herbívoros. ¿Qué acontecía?, pues que debido al cambio
climático y el calentamiento global -otros achacaban las causas a los ciclos
naturales, pero el resultado es el mismo- una terrible sequía asolaba el
planeta. Cada vez quedaban menos prados
frescos donde las ovejas pudieran seguir pastando.
Como siempre, la oveja negra había sido recibida con
reticencias. Digamos que el nuevo
rebaño, nada más ver su color distinto, se había puesto de pezuñas. De momento la toleraban, porque gustaban de
creer que tenían también el corazón blanco.
(Y además, es que pensaban muy lento).
Ya he hablado -el lector lo recordará, y si no sólo tiene que
mirar algunos renglones más arriba- de la sequía que asolaba la Tierra. Aquí la oveja negra tenía algo que ofrecer al
rebaño. Debido a su vagabundaje por casi todos los rincones del planeta conocía
bien los valles y pastos que aún se conservaban frescos en los cuatro puntos cardinales,
que podían ser vitales para la supervivencia -perdón por la redundancia- de su
nuevo rebaño.
Así que les propuso un trato.
-Si me consideráis una más entre vosotras os llevaré a la Tierra
Prometida. Antes o después el Hombre
dejará de hacer disparates, o desaparecerá.
Mientras tanto, si me seguís, no nos faltará nunca una brizna de hierba
que llevarnos al morro.
Aquí hay que hacer notar el exceso de confianza de nuestra
oveja. Casi dan ganas de avisarla: -el
rebaño es el rebaño, y siempre se va a comportar como tal. Pero no podemos intervenir en el cuento, y
además seguramente tampoco serviría de mucho, porque nuestra oveja es buena y
confiada, está en su naturaleza.
El rebaño se retiró a debatir la propuesta según sus normas
asamblearias, que consistían en apretarse más unas contra otras mientras
algunas de ellas llevaban el balido cantante. Procede una nota de contenido sexual. Juntarse tanto les provocaba
orgasmos, con el único inconveniente de que algunas morían de asfixia. Esto ha dado lugar a una técnica refinada -y
extrema- de placer sexual que han copiado algunos hombres y mujeres (y
etcétera).
El rebaño decidió lo que nos temíamos. -Vamos a dejar que nos lleve a los pastos
frescos, diciéndole que va a ser una más entre nosotras, y cuando lleguemos
allí, hacemos lo de siempre.
Y nuestra oveja las creyó.
No quería pensar en la mala fe de sus congéneres, y se puso en camino
sin mirar atrás.
Cuando las ovejas la vieron marchar tuvieron un momento de
duda -que también se resolvía apretándose más unas con otras: eran unas ovejas
muy viciosas- pero rápidamente volvieron a su ser.
-Ya se va la oveja negra, por fin la echamos, se dijeron
aliviadas. Y se quedaron quietas en su
desierto.
Como ya el lector ha podido colegir esto es una fábula en
homenaje al maestro Monterroso. La
moraleja es que el rebaño siempre se comporta según su naturaleza.
En este caso, hasta su propia muerte.
24 de noviembre de 2021.
“Groggy”.
La ex mujer del boxeador le arrea un tremendo “uppercut”
antes de que éste se entere de que ha sonado la campana. Woody Allen se tambalea y Mía Farrow se le
acerca diciéndole a voces: ¡te voy a dar yo a ti tocamientos, cabrón!
Pero recapitulemos. La
idea de que Woody y Mía resolvieran sus contenciosos con los puños se le
ocurrió a José Luis Rodríguez Zapatero durante un viaje que hizo a Estados
Unidos para promover el diálogo de civilizaciones. En concreto estaba en una mesa ecuménica que
tenía lugar en el Madison Square Garden, acompañado de varios representantes de
diferentes culturas, razas y tradiciones, más un coro de Hare Krishnas. En realidad, lo que dijo Zapatero fue
exactamente lo contrario: -una llamada al diálogo siempre será preferible a
que, por poner un ejemplo, Woody Allen y Mia Farrow resuelvan sus diferencias
en un ring, aunque sea en este marco incomparable. Periodistas y espectadores lo interpretaron
como quisieron, y quisieron ver a los dos protagonistas -Mia y Woody- zanjando
de una vez por todas sus controversias en un duelo, como antiguamente, en una
especie de justa medieval, una ordalía, un juicio de Dios definitivo e
irrevocable sobre la guerra de sexos.
Mia Farrow cogió el guante -valga la expresión- a la primera,
apoyada de inmediato y a los cuatro vientos por el movimiento “Me Too”,
convencidas como estaban de la esencial superioridad de la mujer sobre el
hombre, siendo el hombre en este caso el alfeñique de Woody Allen.
Al principio Woody no estaba muy por la labor, y su primera
intención era rehusar el combate como un absoluto despropósito. Pero entonces, la mujer del boxeador -Soon
Yi, la actual mujer de Woody Allen- le advirtió de que si se negaba iba a dar la
razón a todos los que pensaban que era un abusador de niñas y un pederasta sin
entrañas, lo que la implicaba a ella misma, Soon Yi, hija adoptiva de Mía
Farrow y menor de edad cuando conoció a Woody Allen, que se convirtió en su
padre adoptivo, y, pocos años después, en su marido. -Van a decir que a mí también me violaste,
Woody, que soy otra víctima tuya, que estoy traumatizada y tengo síndrome de
Estocolmo. No lo podemos permitir. Hazlo
por mí, cariño, si total, va a ser una pantomima, un espectáculo, ya sabes cómo
las gastamos aquí en los Usa, qué te voy a contar.
Y así fue como nuestro boxeador -en definitiva, un hombre del
“show business”- aceptó finalmente el combate.
Y recibió el primer sopapo, por ahí íbamos antes del
resumen. Y algunos otros más, incluso
los que él se propinaba braceando sin orden ni concierto; fuego amigo, habría
dicho él mismo si se hubiera enterado de lo que pasaba.
Pero no acabemos tan pronto, detengámonos en algunos
personajes significativos.
Por ejemplo, Donald Trump, quien a través de su holding de
empresas lanzó una campaña llegando a monopolizar las apuestas. Él mismo hizo la primera jugándose una
importante cantidad por la victoria de nuestro boxeador. Su lema: “Make Men Great Again”. Por si acaso, siguiendo su instinto de
ganador, ordenó a un testaferro que multiplicara la apuesta, pero en este caso
a favor de Mia.
Otros actores en conflicto fueron los hijos -adoptivos o
naturales, reconocidos o desconocidos- de la pareja; algunos casinos de las Vegas -El Caesars Palace
se ofreció como sede del evento-; la
Asociación Nacional del Rifle, cuya participación se rechazó porque exigían
acudir al combate con todas sus armas, como si fueran a la guerra el día del
Juicio Final, o el propio Zuckerberg, que en su concienciación política censuró
en las redes las voces críticas contra este nuevo Match del Siglo.
En fin, volvamos a la pelea.
Woody Allen está perdido, y en una reacción desesperada se abraza al árbitro
en un “clinch” de supervivencia. Justo
en ese instante el puño de Mía propina un “jab” demoledor en el rostro del
“referee” provocándole un ko fulminante.
El dictamen del tribunal es inapelable: Woody Allen ha ganado el combate
por descalificación.
Naturalmente esta decisión provoca las protestas del
movimiento “Me Too”, que denuncia el tongo y acusa al heteropatriarcado
arbitral, y de los seguidores de Trump, quien no se resigna a perder la fortuna
que había apostado bajo cuerda -bajo las doce cuerdas- por Mía Farrow. Un nuevo asalto -éste, fuera del ring, al
Capitolio- está en marcha, al que se suman movimientos antidiscriminatorios de
todo tipo. Supremacistas e
Igualitaristas unidos contra el Sistema.
Un sin dios.
Pero en ese momento aparecen Mia Farrow y Soon Yi, quienes
“Deus ex Máchina”, aceptan el veredicto en aras de la Paz y el Amor, con una
frase que pasará a la Historia: El futuro será solidario o no será.
El viejo Woody está intentando escribir un guion sobre su
experiencia en el cuadrilátero. De
momento sólo tiene el título: “Groggy”.
9 de noviembre de 2021.
“Nadie conoce a Nadie”.
Ulises vuelve a Ítaca surcando los mares y arrostrando grandes peligros. En medio del océano descubre, viniendo hacia su barco, una especie de cetáceo enorme con brillos metálicos, que le recuerda su reciente aventura con el gigante Polifemo. Cuando se dan alcance un extraño hombre surge del ojo del cíclope de acero.
- ¿Cuál es tu nombre?, pregunta a Ulises. A lo que nuestro héroe responde: -Nadie, mi
nombre es Nadie. Eso cuando voy de
incógnito; mi nombre artístico, el que corre de boca en boca en la gran Epopeya
de la Odisea es Ulises.
-Ah, pues a ti te quería yo ver, tocayo. Mi nombre es Nemo, capitán Nemo. Y traigo algo para ti.
Se abre una compuerta del leviatán marino y Ulises puede ver
el viejo telar de su amada Penélope.
-Me dijo tu señora que te lo entregara, caso de encontrarte
por esos mares de Zeus. Que se ha
cansado de esperar tu amor y se ha pasado al polidesamor con todos sus
pretendientes al completo. Menuda
bacanal tienen preparada, Ulises, y ya te digo que sin organización ninguna.
Hasta el joven Telémaco está metido en el follón. Acepta mi consejo, Uli, o Nadie, como
prefieras, no vuelvas porque sería una hecatombe.
Ulises, que estaba en el puente de mando acompañado de su
perrita faldera Circe -se les había unido al pasar por la isla de las sirenas
porque no podía aguantar aquella murga- y ya era conocido por su conciencia
ecológica, que le llevaba a matar bueyes a diestro y siniestro por sus
emisiones de metano tan dañinas para el calentamiento global y el cambio
climático (aparte de que a la brasa daban unos solomillos imbatibles al punto,
aunque sobre esto último hay bastante polémica) contestó:
-Volveré, capitán Nemo, porque he de ser fiel al destino que
ha dispuesto mi creador, Homero el hijoputa, que así le llamo por los apuros
que me ha hecho pasar. Me ha hecho sudar
tinta, y lo que aún me queda hasta que inventen el libro electrónico. Pero volveré, amigo Nemo, llegaré de
incógnito cuando estén más descuidados preparando la fiesta, y una cosa te puedo
asegurar sin temor a equivocarme: Nadie participará en la orgía.
2 de junio de 2021.
“Fueron felices y comieron libros.”
“Al despertar Elena del Bosque una mañana tras un sueño intranquilo se encontró convertida en una carcoma”. Con este homenaje a Kafka inicia la joven autora -pero ya con un envidiable currículum poético- Alba Martin, su primera novela, “Comeremos libros”. En ella, una hermosa bibliotecaria, con un contrato precario y un sueldo aún más volátil, sufre una metamorfosis cuando intenta superar un desengaño amoroso trasegando una botella de Ponche Caballero, recuerdo de familia, quedando inconsciente y de bruces sobre un viejo libro en la mesa de su despacho.
Lepismas (pececillos de plata),
gorgojos, carcomas, piojos de los libros y polillas varias van desfilando por
esta parábola de sueño y amor por la literatura. Reencuentros, citas literarias con las que
esta joven escritora sobradamente preparada muestra todas sus filias y fobias
de alta y baja cultura, guiños autobiográficos, desamores imposibles y caminos
que pensamos trillados pero el tiempo siempre hace distintos. La imaginación se mezcla con la realidad en
los diarios juveniles de la autora, triturados por ella misma en su transitoria
forma de parásito bibliófago.
Carcomida por esa culpa, es el propio insecto el que
intenta, a través de un agujero de gusano temporal, hacer el camino inverso en
sus túneles literarios para reencarnarse de nuevo en su antigua identidad, que
ya nunca será igual.
Porque en los caminos de ida y vuelta, el mismo sitio
siempre es distinto.
9 de marzo de 2021
“6 palabras 6".
Consiguió dormirse, pero la pesadilla continuó.
Y el toro entró a matar.
Te querré siempre, decía sin repetirse.
Suelta eso, cariño, me estás asustando.
El dentista extrajo el arma homicida.
Dando marcha atrás no oyó gritar.
Se despedía siempre cerrando sus párpados.
No moría nunca porque siempre desfallecía.
Era tan narcisista que tenía muchos “alter ego”.
Ciego busca lazarillo para su perro.
El torero murió por mal afeitado.
22 de diciembre de 2020
“Amor sin límites”.
Esperé a cumplir dieciocho años para declararme al hombre que amaba con locura. Hemos tenido que
luchar contra la discriminación y el rechazo, contra el repudio y la
intolerancia, contra los dueños de la razón y la moral, pero finalmente hemos
podido casarnos y somos muy felices, mi papá y yo.
3 de diciembre de 2020.
“Otra historia”.
La Editorial Paradiso me pide otra historia para valorar la
publicación de mi libro. Intenta imaginar algo menos duro de lo que acostumbras, me dicen, aprovecha todo esto de la
pandemia para escribir un relato de superación personal, de solidaridad, de esperanza, una catársis en la cual el protagonista dé un vuelco positivo a su
vida. Ficción de autoayuda, insisten,
que eso vende muy bien, y aunque sólo sea para compensar esos cuentos tuyos,
tan negros.
Es verdad que yo sólo veo el lado oscuro, y mis relatos son
muy existenciales y pesimistas. Mi libro
de cabecera es “Crimen y Castigo”, solo que yo, como en la película de Woody
Allen, creo que muchas veces el malo se sale con la suya, y olvida su mala
conciencia. Claro que existe el crimen
perfecto, el cadáver en el armario, como decía Simenon.
Pero escribiré esa historia que me piden. Necesito el dinero. Esa es otra, el dinero no da la felicidad, lo
malo es que la felicidad tampoco da dinero, y por mucho que nos queramos mi
mujer y yo, los problemas económicos a veces nos asfixian. Mi lema es, todas las familias felices se
parecen: tienen dinero.
Y mi suegra tiene una pasta, pero no suelta un duro porque
piensa que soy la peor desgracia que le ha caído a su hija. Me caló nada más verme, ese es su lema.
Está en una Residencia, y hasta que llegó la pandemia la
íbamos a visitar de vez en cuando.
Bueno, yo, casi nunca, me ponía unas caras como si viera al
demonio.
Le he dicho a mi mujer que le pida algo de dinero, unas
migajas de todo lo que le sobra y para poco le va a servir ya, a su edad. Pero mi mujer es muy orgullosa, y no piensa
“rebajarse” hasta que su madre me acepte.
Un día le dijo, mi suegra, que esperaba verla divorciada antes de
morirse, porque si no yo los iba a dejar -a ella y al niño- sin un
céntimo. A mi mujer le sentó fatal,
estamos muy enamorados.
Nuestro hijo se llama Damian, pero yo le llamo, de vez en
cuando, Raskólnikov, de lo travieso que es.
Así que tengo que escribir esa historia de autoayuda para la
Editorial Paradiso, si me publicaran el libro podría sacar algún dinerillo con
el que ir tirando. Es cuestión de dar
con alguna mentira verosímil, anda que no las hay.
Hablando de mi hijo, han hecho unas pruebas de Covid en el
colegio, pero los resultados, parece ser, no han sido concluyentes. Van a hacerles nuevos tests, ahora a todos, mañana.
En el grupo de Wasap los padres están alarmados, yo diría histéricos, los niños
no corren peligro, creo yo. He tocado la
frente a mi hijo, no necesito ponerle el termómetro. Perfecto, me digo.
Y aprovechando que mi mujer va a estar un par de días fuera,
en una de esas entrevistas de trabajo en las que ella insiste más allá de toda
duda razonable, he pensado que era un buen plan llevar al niño a ver a su
abuela. Llevamos unas semanas en que han
bajado los contagios y las muertes, se acerca la Navidad, y se han relajado
bastante las restricciones.
Desde fuera se veía que no había nadie en la entrada, y subimos a su habitación. La vieja me pone, en cuanto me ve, su
expresión mejor elaborada de desprecio, lo percibo como un perfume insidioso que
me podría matar caso de seguir expuesto. Así que dejo al niño solo con ella, y
salgo un momento al pasillo. Protegido con la mascarilla, todas las precauciones son pocas en estas situaciones.
Cuando calculo que ha pasado el tiempo suficiente vuelvo a
entrar para llevarme a mi hijo. Sonrío a
la bruja, que pone su típica expresión de estar sufriendo de mal de ojo. Salimos por la escalera que da al
jardín.
En el coche le pregunto al niño: Raskólnikov, ¿te ha besado
tu abuela? Menudos achuchones, papá, dice el angelito.
Al día siguiente las pruebas que les hacen en el colegio dan
positivo para un montón de niños, incluido mi hijo. Casi todos asintomáticos.
Febrícula, en el caso de algunos, también mi hijo, ya me lo temía. Mi mujer ha vuelto cuando
entramos en cuarentena.
Mi suegra muere unas semanas después. Pobre, con sus achaques esto del virus ha sido la
puntilla. Me han llamado de la Editorial
para preguntarme si tengo ya el cuento preparado. Sí, les digo, ya está hecho
el encargo. Espero que os guste, tiene
un final feliz.
Pero esa es otra historia.
25 de noviembre de 2020
“Neil Armstrong, o por qué no hay en Salamanca una calle de
los Pirotécnicos.”
Cuando le preguntaban a Neil Armstrong, durante los meses que
vivió de incógnito en Salamanca, dónde estaba en el preciso momento en que el
hombre pisó la luna por primera vez, solía contestar, antes de pedir otra copa:
yo que sé, en la Luna.
Le visité a menudo en su piso alquilado -del que yo era
propietario- en la calle “de los Pirotécnicos” del Barrio Vidal, porque me
llamaba a menudo. Al principio para que
le arreglara las averías que le salían continuamente, debido a una construcción
defectuosa, hecha con materiales baratos y poco fiables; más adelante porque le
cogió el gusto a charlar conmigo. Solíamos quedar en el bar de “Las
Caballerizas”, que le parecía una especie de “refugio antiatómico
medieval”. Decía ese tipo de cosas, el
bueno de Neil.
Yo prefería citarle al aire libre, para evitar que cayera en
su incipiente alcoholismo, o por lo menos para que lo controlara dentro de lo
posible. Vicio, por cierto, que adquirió
en la cantina del desierto de Tabernas, en Almería, visitando las cenizas de
los estudios de cine supersecretos donde la Nasa había filmado la película
sobre el viaje a la Luna. Aquellos
estudios habían sido destruidos por completo para no dejar ningún rastro, pero
había quedado la cantina y el hotel anejo, hechos en madera, estilo Far
West. Es la cantina que aparece en
muchos Spaghetti Western, “La muerte tenía un precio”, por poner un ejemplo.
Me voy de una cosa a otra, lo sé, pero es que, a mis años, la
cabeza ya empieza a perder el rumbo. Sigo. Aquella película -la del falso aterrizaje en
la luna, no la de Clint Eastwood- fue la que se vio en todo el mundo como si
fuera el verdadero alunizaje, lo que ocurrió porque la Nasa y el Pentágono
decidieron que la filmación auténtica del viaje y de la llegada a la Luna tenía
que quedar en el más absoluto secreto.
¿Qué pasó? ¿por qué no hemos vuelto a la Luna? ¿qué vio mi
amigo Neil Armstrong allí que no se sabrá jamás?
Él nunca lo confesó estando sobrio, pero en las Caballerizas,
a la tercera copa -pedía vino de la casa, pero el vaso lleno- empezaba a meter
en su discurso algunas frases ininteligibles, que yo solo he podido descifrar
con el paso de los años. Lo que vio -en
la cara oculta de la luna- fueron los restos de una antigua civilización que
había destruido aquel planeta, un vergel antes de la gran extinción. Somos selenitas, selenitas, decía en un
español que hablaba perfectamente. Una
antigua raza de homínidos había reducido a cenizas, en una última guerra
apocalíptica, aquel planeta, poco después de enviar una misión para colonizar
la Tierra. Somos selenitas. La prueba
estaba en una reproducción asombrosamente perfecta de un ser humano, hecha con
un hueso que recogió Neil Armstrong del calcinado suelo lunar. El homo selenitense.
Y, claro, en la Nasa dijeron esto no se puede saber, tiene
que ser el secreto mejor guardado porque si no van a empezar los hippies con la
murga de la paz y el amor, y que el progreso va a destruir el planeta, y nos
van a joder el invento del consumismo, que junto a la rueda -palabras de Henry
Ford- son “los dos grandes inventos de la Humanidad”. Así que a todo aquello se le echó tierra
encima.
La filmación simulada del alunizaje en el desierto de
Tabernas se había hecho antes del viaje a la Luna. Preventivamente. Para salvar el prestigio del país, en el caso
de que ocurriera cualquier catástrofe, cuestión de Estado en aquellos años de
guerra fría. La Nasa dispondría de una
simulación cinematográfica perfecta, con la que anunciarían el éxito de la
misión espacial.
Neil decía -después de algunas copas- que a la vuelta del
viaje a la Luna descubrió la cara oculta de su mujer. Había llegado a su casa en Cabo Cañaveral antes de la hora anunciada, y pudo ver a su cuñado saliendo por la puerta
trasera, a toda prisa. Junto a la cama
de matrimonio se había dejado la corbata, hortera como sólo él podía ser. “Son of a bitch” fue lo único que le oí decir
nunca en inglés.
Se le hizo un lío morrocotudo en la cabeza, contaba. Y entonces decidió viajar sin rumbo, y acabó
en España ya de incógnito. Estuvo en
Almería, en la taberna de Tabernas, y luego vino a pasar una larga temporada en
Salamanca, donde fue mi inquilino, como he dicho.
Intenté ayudarle a abandonar el alcoholismo, pero la verdad
es que nunca lo conseguimos del todo, ninguno de los dos.
Un día me dijo que se volvía a su país. Y ya está, esa es la
historia. Se volvió a casar, siguió colaborando
con la Nasa, fue profesor en Harvard, en fin, esas cosas que hemos ido sabiendo
por la tele y los periódicos. Él nunca
volvió a contactar conmigo, yo creo que para protegerme de uno de esos
“comandos de limpieza” que enviaban los servicios secretos de su país para
borrar pistas.
Cuando se supo, pasados los años, que había estado con
nosotros durante aquella temporada sabática, el alcalde de Salamanca decidió
poner el nombre “de los Astronautas” a la calle donde había vivido cuando fue
nuestro vecino. Y en los bajos del piso
alguien tuvo la idea de poner una cristalería, “Cristalería La Luna”. Pero en su viaje hasta hoy ese negocio ha
tenido más de un problema, y no ha acabado nunca de despegar.
El otro recuerdo que tenemos en Salamanca de mi amigo Neil es
conocido por todos, el retrato que le esculpió un artista de la piedra en una
de las portadas de la Catedral. Cuando
siento nostalgia voy hasta allí y echo un parlao con él, mientras doy unos tragos
a mi petaca.
Lo malo es que ya no sé muy bien si lo que recuerdo son estas
conversaciones con el astronauta de piedra de Villamayor, o las que solíamos
tener en el Bar de las Caballerizas, o en mi piso, mientras le desatascaba el
fregadero, o intentaba insonorizarle con cartones de huevos -misión imposible,
decía Neil- alguna habitación.
Aquellos fueron buenos tiempos, yo era joven, y ya nada
volvió a ser lo mismo. Cuando mi amigo se fue dejó un espacio vacío.
Ahora, con tanto brindis nostálgico, no hay forma humana de
dejar la bebida, ni de saber, a ciencia cierta, qué coño fue verdad o no. Y nadie se acuerda de si, alguna vez, hubo en
Salamanca una calle de los Pirotécnicos.
24 de octubre de 2020.
“Anuncios por palabras”.
1.
Jubilado cariñoso busca “hembra placentera”, para amistad o
lo que surja. Principalmente -todavía- para
lo que surja.
Se ofrece buena situación económica, disposición para las
tareas de la casa incluidas cocina y plancha, dominio de lenguas, conversación
estimulante y ganas de disfrutar de la vida.
Hándicaps: Cargas familiares, y dos perritos.
Si eres guapa de los pies a la cabeza, tolerante con algunas debilidades de mi carácter (que se describen, por su extensión, en archivo adjunto), y no te importa que te despierte de madrugada -cuando venga del baño por exigencias de la próstata- dándote besitos y las gracias por estar ahí, entonces, reina mora, sal de mi sueño y entra en mi vida.
2.
La Asociación para la Práctica Forzosa del Amor Libre busca
nuevas socias. Se ruega a las aspirantes
envíen solicitud al Sr. X, Presidente y único miembro masculino de la
Asociación. Por favor, acompañen foto
reciente en la ducha, DNI compulsado, Declaración de Hacienda, y prueba PCR en
las últimas 24 horas. Se advierte de
que, debido a la alta demanda de solicitudes, conviene a las aspirantes ponerse
a la cola sin demora, insistiendo en la seriedad de la Asociación, que no
selecciona a tontas y a locas.
3.
Se ofrece jubilado para protagonizar película porno. Sección “Abuelo se lo monta con chica de la
limpieza”. Se garantiza disponibilidad
para repetición de tomas. “Gratis et
Amore”.
P.D. Entre los “gadgets” sexuales se incluye un desfibrilador.
4.
Miembro de la Liga LGTBIXYZ busca algo más. Si ofreces otra cosa, y quieres ayudarme a encontrarla, entra en contacto conmigo por cualquier vía, y reivindica la inclusión NS/NC en las siglas de la Asociación, así como la apertura a Trans-humanos, hibridación robótica y/o animal.
18 de octubre de 2020
“Trasplante”.
El trasplante de corazón se llevó a cabo con éxito. Al día siguiente, el cirujano hablaba con el
enfermo, y le explicaba que, si todo iba según lo previsto, en menos de una
semana podría estar en casa haciendo una vida perfectamente normal. Cuide su corazón -le decía- no tiene fecha de
caducidad, es para toda la vida.
Toda mi vida, reflexionaba el paciente, ¿cuánto puede ser? ¿un
día, cinco años, cincuenta o sesenta años más, de una vida perfectamente
normal? En resumen -pensaba- hasta que la muerte nos separe.
Vivió el tiempo que tardó en morirse, y antes de enterrarlo
lo llevaron de nuevo al hospital, donde le extirparon el corazón artificial
para trasplantarlo a un nuevo paciente.
17 de octubre de 2020
“Nuestros mares son las vidas que van a dar a los ríos.”
El pez, mientras nadaba, no sentía el paso del tiempo. Le parecía que el río era el mismo de
siempre, y que sus aguas se movían, pero no viajaban. El río, y el pez, eran la
misma cosa.
Daba, a veces, saltos, y era como si saliera del mundo, pero enseguida volvía a sumergirse en su reloj de agua, que daba siempre la misma hora. Y, dentro del río, pero fuera del tiempo, él seguía haciendo lo mismo. Buscando pececitos, y gusanos, una y otra vez, pero siempre la misma vez. El pez era el río y el río, aunque cambiara, era inmutable. Hasta que, el pez, vio aquel gusanito -no podía saber que era del otro mundo- y le picó.
15 de agosto de 2020
“La segunda vez en Bretaña”.
Fui a la Bretaña francesa por segunda vez cuando tenía 16
años. Mi tía era profesora de
francés y tenía contactos con unos colegas de París, que organizaban viajes
de estudiantes -chicos y chicas- a una casa rural en un pueblecito
llamado Douarnenez. Se llamaba -la casa rural, no mi tía- Colonie “La Clarté”.
Recuerdo vagamente -tengo muy buena desmemoria- la costa bretona, el mar, los bosques que rodeaban la zona, los
crêpes; un profesor de mayor edad que el resto, que componía música clásica;
aquel día en que alguien hizo una gamberrada y los profesores nos interrogaron
uno a uno para descubrir al culpable (si lo hicieron yo nunca lo supe); alguna
misa en francés a la que acudimos, voluntariamente, según los profesores que nos llevaban.
Y los lavabos y letrinas, que estaban en un edificio separado
de la casona principal, donde realizábamos la primera actividad de cada día.
Vagamente recuerdo cepillarme los dientes al aire libre, sintiendo el sabor
fresco y mentolado de la pasta dentífrica,
despertándome con el frío de la mañana antes de ir a desayunar.
Y recuerdo la primera vez -más bien la segunda, ahora lo
cuento- que me sentí enamorar. En el
salón de la casa, aquella tarde, chicos y chicas teníamos clase de baile. Una chica alta y delgada, mestiza y guapa,
bailaba con un grupo repitiendo una serie de movimientos que les indicaba el
profesor. Ese fue mi segundo flechazo, como decía. De niño -diez años, quizá- había tenido el primer y no tan inocente encuentro
con Cupido, en una casa de campo familiar, vieja, grande y destartalada, viendo
cómo bañaban en un gran barreño de cinc, brillante y untada de jabón, a una niña de
mi edad que estaba pasando con nosotros una temporada. No tan inocente, confieso, porque le tiraba de
la coleta a veces.
Pero volvamos a Bretaña.
Isabelle, como se llamaba mi chica francesa, puede que no fuera la Paulova,
pero yo no olvidaré nunca sus movimientos al compás de la música. La sigo viendo como si ella estuviera en un
escenario, fuera del tiempo.
Otro día hicimos todo el grupo una excursión por el campo,
visitamos una granja de cerdos -donde vimos parir a una cerda-, y pasamos la noche
en una nave que hacía las funciones de pajar y almacen. Chicos, chicas, profesores
y profesoras, todos repartidos entre las pajas, durmiendo en nuestros
sacos. Vive la France.
En la nave había un altillo al que se subía por una
escalera, móvil y bastante precaria, de madera, y allí nos fuimos, buscando nuestro nido de amor, Isabelle y yo. Fue mi primera
vez: nunca había dormido en un pajar con una chica francesa, mestiza, alta,
delgada y muy guapa. Pero no pasamos
de los besos y algunas caricias más atrevidas, y recuerdo la manera -un poco
atropellada y confusa- en que no hicimos nada más.
11-05-2019.
12-03-2019.
El silencio es nítido, como capturado en el tiempo, pero es imposible saber si pertenece a ese género que provoca una música detenida, o a aquél otro que surge antes de que empiece a sonar. Son sinfonías diferentes.
19-11-18.
10-11-18.
31-10-2018.
16-10-18.
9-10-18.
“Elipsis”.
El pescadorcito putrefacto.
21-09-18.
"Márketing"
Felicidad, más Iva.
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